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sábado, 28 de enero de 2017

TIEMPOS DE CRISIS SACERDOTAL

Es evidente que, en los países occidentales, faltan vocaciones sacerdotales. Es bien conocida la actual crisis del sacerdocio en la Iglesia católica. Muchas comunidades, cada vez más envejecidas, han importado vocaciones de otros países, sobre todo de Latinoamérica y África, mientras los candidatos autóctonos siguen menguando en número. Sin embargo, los hombres y las mujeres de aquí que deciden profesar no emprenden ya ese camino en la primera juventud, como antaño, aunque queden algunos de ese perfil. Ahora, cada vez más los candidatos inician su vida religiosa con mayor edad, bordeando la treintena, y por tanto con cierto bagaje profesional y vital. Dicho de otro modo: saben ya lo que es la vida. Además, a nivel social, “el hombre sociológicamente confesional de 1965 se ha convertido en el sociológicamente agnóstico, o cristiano no practicante de 1990, en palabras de Pere Tena”.

El biblista suizo Herbert Haag nos propuso una cuestión al respecto de esta falta de sacerdotes y un reclamo hacia la alternativa de la Iglesia primitiva: “cada vez con mayor frecuencia vemos asumir el papel de guías o líderes parroquiales a seglares que, por no estar "ordenados", no pueden celebrar la eucaristía con sus feligreses, como sería su obligación. Esto no planteaba problema alguno en la Iglesia primitiva, donde la celebración de la Eucaristía dependía sólo de la comunidad. Los encargados de presidir la eucaristía, de acuerdo con la comunidad, no eran "sacerdotes ordenados", sino feligreses absolutamente normales.  Habrá de limitarse a un único "oficio", el de guiar a la comunidad y celebrar con ella la eucaristía, función que podrán desempeñar hombres o mujeres, casados o solteros”.

Hoy el término Pueblo de Dios supone una reunión de gente bastante dispersa por razón de su procedencia social. Es una pluralidad difícil de encajar en un esquema ideológico. Y esta parece la razón por la que los sacramentos no han de ser un mundo demasiado especializado sino que ha de ser un mundo experto en humanidad. Como decía Pablo VI, necesitamos a un experto en la vida y en la muerte, en el sufrimiento y el gozo, en el amor y la reconciliación.

El liturgista Guy Lapointe nos señala que: “en estos últimos veinticinco años, el mundo ha cambiado mucho más rápidamente de lo que se preveía”. La iniciativa de los laicos ha progresado en un crescendo visible durante estos años, se han mostrado como animadores decididos de la pastoral. Así, aunque la participación en la misa dominical ha decrecido y cada vez el hombre está menos inclinado a la sacramentalidad cristiana, por ejemplo, aumentan las iniciativas de plegaria, experiencias de grupos…

Pero tras el Concilio Vaticano II, si la pregunta de los inicios era: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?”, la pregunta hoy debería ser: “¿Iglesia, cómo vives lo que has dicho que eres?” Por ello, debemos prepararnos para responder la pregunta con un esfuerzo espiritual de calidad.
Hoy se pide al sacerdote recuperar el contacto directo con su pueblo. Los pastores de la Iglesia no pueden serlo en los despachos o en lo virtual solamente, sino que sobre todo deben basar su ministerio en el contacto personal, desde un amor apasionado por el mundo. Su ministerio no se queda encerrado en la sacristía, se entiende al servicio del mundo, al encuentro del hombre en sus luces y sombras. El sacerdote, por consiguiente, tiene que salir, estar en medio de su grey.

Santiago Bohigues dirá que: “la evangelización de este tiempo o la realizarán los laicos o no se realizará: el laico no es el objeto de evangelización, es sujeto de evangelización”. Por tanto, es necesaria y urgente la incorporación seria de los laicos en la evangelización de la Iglesia.

En este sentido algunos de los problemas más comunes en los que se encuentra la interactuación sacerdocio – laicado serían: la desconfianza mutua; el no haber asumido la nueva concepción y estructura ministerial de la Iglesia según el Vaticano II; la ambigüedad en la identificación de las funciones propias de cada servicio o ministerio; la falta de una seria formación y de los medios adecuados para llevarla a cabo; el reconocimiento de la capacidad ministerial de la mujer; la necesaria coordinación y revisión de los servicios y ministerios.

Está claro que la comunidad tiene necesidad de ministros ordenados que representen de forma reconocida y cualificada a Cristo, a la Iglesia y a la misma comunidad, asumiendo de forma especial el servicio de la dirección para la comunión y realización de la misión plena.

Junto al ministro ordenado también hay que decir que la comunidad necesita los ministros no ordenados, de manera que asumiendo como pueblo responsable las diversas funciones de la misión, se puedan realizar en fidelidad a la misión de Cristo y sus concretas necesidades. Los ministerios no ordenados no son algo marginal, sino algo constitutivo y esencial para la edificación de la comunidad como tal.
En otro polo teológico Xabier Picaza explica que “el sacerdocio mesiánico sagrado pertenece a todos (a la comunidad), de manera que los ministros concretos reciben nombres laicales: Son servidores, ancianos o supervisores. La unidad y autoridad eclesial no reside en un poder unificado, ni en una organización central, sino en la comunión multi-forme de los creyentes, que despliegan y comparten la palabra y el pan, empezando por los excluidos”.

Picaza sigue diciendo que “las iglesias han de trazar otras formas de presencia y comunicación, que no sean en línea de poder. No se trata de que Papa, obispos y presbíteros, deleguen funciones, regalando a las comunidades cristianas más autonomía sino que han de actuar más allá del poder, para que seamos lo que somos, en comunión de libertad”. Por tanto: Hay que empezar desde la vida. Importan iglesias que exploren y busquen caminos de evangelio, en comunión mutua, sin esperar soluciones exteriores. Nadie (dentro o fuera de la iglesia) tiene que dar a los cristianos autoridad para pensar y celebrar, organizarse y decidir, pues ellos son autoridad (cf. Mt 18,15-20), concilio permanente.

Pikaza señala cómo las cosas han cambiado en la sociedad civil, “pero la iglesia católica sigue manteniendo teóricamente ese modelo, e interpreta a sus ministros como funcionarios de un Sistema Sacral, organizado por ley bajo el Papa. Por eso, en el principio está el sacerdocio común, gracia que todos los cristianos pueden y deben compartir por Jesús, en apertura a Dios y comunión de vida, compartiendo así un sacerdocio que se identifica con la misma existencia cristiana, interpretada como don de Dios y comunión de amor mutuo. Este es el sacerdocio común, de forma que en la Iglesia, en principio, no hay lugar para consagrados especiales, ni sedes santas, ni santos lugares o personas, ropas, canciones o colores ofrecidos a Dios por ser distintos. No existe para Jesús un mundo de Dios por arriba, como esfera superior de sacralidad platónica, pues este mundo de abajo (en especial el de los pobres y expulsados) es presencia de Dios”.

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