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jueves, 24 de agosto de 2017

JUAN 1, 45. ACUDIR

 JUAN 1:42-51  Al día siguiente,  Jesús decidió salir hacia Galilea.  Se encontró con Felipe,  y lo llamó:  --Sígueme. Felipe era del pueblo de Betsaida,  lo mismo que Andrés y Pedro. Felipe buscó a Natanael y le dijo: --Hemos encontrado a Jesús de Nazaret,  el hijo de José,  aquel de quien escribió Moisés en la ley,  y de quien escribieron los profetas. --¡De Nazaret!  ¿Acaso de allí puede salir algo bueno?  --replicó Natanael.  --Ven a ver --le contestó Felipe.  Cuando Jesús vio que Natanael se le acercaba,  comentó:  --Aquí tienen a un verdadero israelita,  en quien no hay falsedad. --¿De dónde me conoces?  --le preguntó Natanael.  --Antes que Felipe te llamara,  cuando aún estabas bajo la higuera,  ya te había visto. --Rabí,  ¡tú eres el Hijo de Dios!  ¡Tú eres el Rey de Israel!  --declaró Natanael. --¿Lo crees porque te dije que te vi cuando estabas debajo de la higuera?  ¡Vas a ver aun cosas más grandes que éstas!  Y añadió: Ciertamente les aseguro que ustedes verán abrirse el cielo,  y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.


Todos hemos vivido o vivimos la experiencia del encuentro y del reencuentro como una experiencia absolutamente maravillosa, capaz de desatar las lágrimas de los más toscos y de fundir en un abrazo a quienes, sea por las circunstancias que sean, han vivido alejados el uno del otro. Surge el deseo de compartir más tiempo, más vida, de estar más cerca, de volver a la fogosidad del amor primero… es como un reengancharse a la ilusión alegre del que habiendo perdido algo, vuelve a encontrarlo cuando, quizás, ya ni contaba. Así sucede también, en el caso de los cristianos, cuando hallamos a Cristo. Que supone para nosotros una inyección vital para que nuestro corazón palpite con nueva fuerza, con más pasión, con esperanza.

No obstante, y también nos pasa a todos, hay veces en que por más pasión que pongamos o más ilusión mostremos al llevar una noticia, sea cual sea, los que la reciben no muestran ningún interés. Y muchas veces ello nos decepciona pues pensamos, caramba, ¿qué puede dar mayor alegría que compartir la ilusión que traemos? Algo así pudo pasarle a Felipe cuando conoció al Cristo y marchó a contarle la noticia a Natanael, quien la recibe con más pena que gloria. ¿Quieres decir? ¿De Nazaret puede salir algo bueno? ¿Será para tanto? Pero Felipe sigue con su contagioso gozo e invita a Natanael a ver.

Qué buena actitud esta de no dejarse vencer por las dudas de los demás, por los miedos o las inseguridades, por la ignorancia o el desconocimiento. Lo que tengo que comunicar es tan, tan, importante y tan, tan, maravilloso que si hace falta no sólo te lo cuento sino que además te lo quiero mostrar. Esta actitud contagia, esto es Evangelio!!

No va a ocurrir algo parecido hoy? No volveremos a esta actitud mañana? Pensemos en los millones de niños y niñas que van a llevar a sus padres, hermanos, tíos, abuelos, una y otra vez a ver lo que les han traído, regalado o dado. O pensemos en los padres, tíos, abuelos, que hoy van a querer llevar a sus hijos e hijas a las cavalgatas de todos los lugares del mundo. Esto, también es Evangelio.

Vayan al mundo, contagien con su alegría, celebren con gozo, déjense entusiasmar y no decaiga su felicidad. Y si alguno no les escucha, llévenlo a ver.

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