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martes, 22 de agosto de 2017

MATEO 19, 23. RENUNCIAS

 MATEO 19, 23 – 29: —Les aseguro —comentó Jesús a sus discípulos—que es difícil para un rico entrar en el reino de los cielos. De hecho, le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios. Al oír esto, los discípulos quedaron desconcertados y decían: —En ese caso, ¿quién podrá salvarse? —Para los hombres es imposible —aclaró Jesús, mirándolos fijamente—, mas para Dios todo es posible. —¡Mira, nosotros lo hemos dejado todo por seguirte! —le reclamó Pedro—. ¿Y qué ganamos con eso? —Les aseguro —respondió Jesús—que en la renovación de todas las cosas, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono glorioso, ustedes que me han seguido se sentarán también en doce tronos para gobernar a las doce tribus de Israel. Y todo el que por mi causa haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o terrenos, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.


A pesar de que el evangelista nos muestra con vehemencia la problemática de los ricos respecto del Reino hay que decir que de costar, cuesta tanto a ricos como a pobres. Entiendo, pero, el contexto en el que escribe el evangelista pero, visto el mundo, esa separación respecto del Reino, si queda en actitudes, la encontramos tanto en unos como en otros. En los ricos porque anteponen su riqueza a los valores del Reino, en los pobres porque por su situación de emergencia también anteponen otros valores que distan de los recogidos para el Reino. Unos roba, otros matan, aquellos ahogan, los otros asaltan… Difícil, para todos, parece entrar en este Reino de los Cielos.

Ello me lleva a pensar y a repensar que la problemática principal de acceso al Reino no puede versar en el comportamiento de las personas. Si unos hacen, o dejan de hacer, debe verse en su contexto vital, que además muchas veces obliga A. En este sentido no es posible obligar a nadie a ser mejor, ni incluso a ser buena persona, ni tan siquiera a entrar en una espiral de abnegación, arrepentimiento y penitencia perpetua. Esto es un error. Un error que además repetimos siglo tras siglo.

Que nadie busque un Reino de recompensas, porque del Reino venidero sabemos bien poco. Por tanto, que nadie tampoco obligue a una vida de renuncias sin sentido, demonizando aquí y allí, por doquier, valores y valores, porque eso no es condición sine qua non para el Reino. Que tampoco viertan morales y éticas, en un mundo de necesidades, abandonos, distancias e injusticias porque cada uno vivirá en sus posibilidades. Y si alguien en lugar de renunciar quiere añadir, o sumar, que lo haga desde la compasión, como un verdadero ayuno.

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