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jueves, 31 de agosto de 2017

MATEO 23, 27. SEPULCROS BLANQUEADOS

 MATEO 23, 27 - 30»¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre. Así también ustedes, por fuera dan la impresión de ser justos pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad. »¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Construyen sepulcros para los profetas y adornan los monumentos de los justos. Y dicen: “Si hubiéramos vivido nosotros en los días de nuestros antepasados, no habríamos sido cómplices de ellos para derramar la sangre de los profetas.”


Jesús recrimina a aquellos que con su testimonio prosiguen la obra de los antecesores, quienes perseguían, calumniaban y mataban a los profetas que hablaban Palabra de Dios entre el pueblo. A veces era por causa de la envidia, otras por causa de la misma palabra (que era de denuncia social), otras por causa política… todos perseguidos, todos ninguneados, todos apartados porque su voz, que era la de Dios, contenía la verdad: que mientras las clases política y religiosa vivían entre toda opulencia, el resto del pueblo pasaba hambre (física y espiritual). Así, el profeta denunciaba aquella situación social, reclamando un retorno a Dios con un sinfín de oráculos de denuncia.

Parece como si Jesús, hoy, estuviera lanzando el suyo. No obstante, detrás de toda denuncia hay misericordia; después de todos estos ayes contra escribas, fariseos y maestros de la Ley la salvación de Dios no se esconde de nadie, se hace accesible a todos, y aunque el final sea de salvación eso no impide que Jesús levante el dedo y señale a estos culpables que fueron puestos para bien del pueblo y que en lugar de darles bien sólo se enriquecían. Misericordia quiero, desde luego, pero a cada cosa llamémosla por su nombre.

Jesús fue en ese sentido muy cercano a otro gran hombre de paz: Ghandi. Este sabio que estaba a favor de la paz, también era partidario de luchar por ella si era necesario. La paz, pues, como la misericordia no siempre vienen a través de la sonrisa, de la sensibilidad, de un abrazo… sino que muchas otras viene a través de la disputa, del encuentro, de la confrontación. Esto es, que si bien un cristiano debe orar por todas las situaciones y debe poner su confianza en Dios, también debe ser capaz de denunciar, de pelear, y de no rendirse ni ante la violencia, ni ante el opresor.

El cristianismo es valentía, y esta expresión de personalidad muchas veces proviene desde un grito, una orden, una bofetada, una expulsión o un suspenso. Porque el amor, aún el supremo amor, pasa también por decir la verdad o por decir verdad. No nos asuste esa cara B de la cristiandad, esa que no gusta tanto llevar a la luz, nuestros enfados, discusiones, enfrentamientos… tampoco temamos llevar la verdad hasta la más alta instancia, porque el deber del cristiano pasa por el  amar y por el denunciar.

Mi otra mejilla puedo ponerla con pasividad, esperando que me vuelvan a golpear, o puedo ponerla activamente, esto es, reivindicándome, plantándome, posicionándome y por más que me golpees no voy a bajar la cabeza, a rendirme, o a caerme y aún si me caigo ahí tienes mi otra mejilla y me vuelvo a levantar. Esa mejilla se erige como símbolo de denuncia ante la violencia, también puede hacerlo como símbolo de muchas otras (maltrato, abuso…).

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