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sábado, 26 de agosto de 2017

MATEO 22, 34. AMOR ES

 MATEO 22, 34 – 40: Los fariseos se reunieron al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos. Uno de ellos, experto en la ley, le tendió una trampa con esta pregunta: —Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? —“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente”  —le respondió Jesús—. Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a éste: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.


No descubrimos nada nuevo. El mandamiento, o los mandamientos más importantes recorren, día tras día, el pensamiento del cristiano. Con todo no es una empresa fácil. Amar tiene siempre algo de incompleto y de difícil, hasta de incomprensible. Hay un misterio evidente en esto del amor que nos sacude cuando nos damos cuenta que, vaya, parece que de amor vamos bien faltos. No obstante, para nuestra tranquilidad, poco tiene que ver el amor con la idealización que acompaña a algunas de las homilías, estudios y predicaciones que escuchamos donde todo es de color de rosas. Ciertamente no ocurre siempre ni el todos los lugares así, pero en esta extensión de fantasía hay, incluso, un cierto aroma de maldad.

El amor, tan recurrente, es a veces incompleto, no correspondido, caprichoso… podríamos hacer la tabla contraria al capítulo trece de la carta a los Corintios de Pablo. El amor, por lo menos el amor que toca con los pies en el suelo, vive en una continua paradoja. Y así las cosas no hay otra presentación posible que la vivida que, además, se hace multidiversa en cada rincón del mundo. Y entre la letra y la experiencia, entre la dicha y la miseria, cada forma de amar se convierte en algo misterioso.

Cada uno de nosotros es como es. Quizás podamos tratar de cambiar durante un tiempo, aunque termina por costar. Si uno ama menos; si a alguien le supone un quebradero de cabeza amar al prójimo; si nos es más sencillo hacerlo con unos que con otros… ¿somos menos cristianos? Simplemente es la vida. Ay, pero, con aquellos que fraguan nuestros límites desde el pecado, desde la indignidad o desde la dictadura de las religiones porque no hacen sino confundir al ser humano. Porque la persona, en definitiva, es eso, persona.

Así, abandonemos los prados bucólicos del amor que no es jactancioso, que es humilde, bondadoso, que no busca lo suyo… y vivamos cada uno con el amor que puede. Que quizás no es el más bonito pero, qué narices, también es amor.

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