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jueves, 2 de noviembre de 2017

JUAN 14. NUESTRA FE


 JUAN 14, 1 – 6: No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté. Ustedes ya conocen el camino para ir adonde yo voy. Dijo entonces Tomás: —Señor, no sabemos a dónde vas, así que ¿cómo podemos conocer el camino? —Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí.


La fe es expresión de la confianza que tenemos en Dios por medio de Cristo. Pero la fe no puede ser un vehículo para ingenuos sino que debe, necesariamente, pasar por los filtros que de las Escrituras y de la experiencia de la vida y del Reino hacemos los seres humanos. Me suele sorprender la facilidad con la que algunos abogan por su fe como si de una pócima mágica hablaran. Abogan por el todo acabará bien, o por unas promesas en las que hemos sido formados y que no nos hacen ningún favor. ¿Quién conoce lo por venir? ¿Quién pasó al lado de Dios y volvió?

Con el Cristo que reinterpretan los Evangelios tenemos una doble certeza: que el Reino de los cielos ya está operando en nuestra historia y, segundo, que vivimos en el tiempo del Espíritu y que, por tanto, contamos también ya con la presencia de Dios entre nosotros. Sobre estas dos certezas podemos fundar una fe sana. La fe en que viviendo a Cristo vivimos también en Dios en vida, con la plenitud y la contingencia de nuestra humanidad, que también fue la de Jesús. Por tanto, vivimos en la fe de sentirnos hijos en el Hijo.

En este camino, determinamos que nos vamos formando y conformando según nuestras experiencias y, también, según las otras experiencias que no vivimos. Entre las que vivimos, igualmente, crecemos entre éxitos y frustraciones, dolor y felicidad, amor y desencuentro. Todo ello engloba nuestra intrahistoria que, además, se ve condicionada por la historia del mundo en que nos encontramos ya heredado con sus implicaciones y cargas, sean emocionales, nacionales, lingüísticas…

Cristo, dice Juan, marcha para preparar moradas. Pero serán moradas para una vida nueva, que no diferente. Por tanto, aquí va la tercera certeza de la fe, que no podemos, ni podremos sesgar quienes somos y, por tanto, nuestra conciencia y que con Dios, en esa nueva creación, mantendremos la carga psico-emocional  con la que cargamos entre genes, corazón…

¿Todo acabará bien? Seguro, pero quizás no del modo en que pensamos.

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