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sábado, 25 de noviembre de 2017

MATEO 25, 31. BENDITOS DE MI PADRE

 Mateo 25, 31 - 46: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme." Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?"...


Aunque el pasaje prosigue he querido rescatar esta primera parte. Estamos en el contexto de la comunidad de Mateo, una comunidad que (como muchas otras) había perdido el fervor escatológico y habían dejado de estar vigilantes, una de las características indispensables que para Mateo debe tener todo discípulo de Jesús. Por tanto, el evangelista alienta a su comunidad para que, de un modo u otro, recuperen esa actitud. Si bien en el capítulo 24 Mateo nos habla de un siervo fiel y vigilante y otro que no lo está y le roban, ahora la situación es diferente, hay una necesidad vital de proseguir con las actitudes del Reino, de no desfallecer, de no cansarse, porque nadie sabe cuándo Cristo ha de volver.

Es por ello que Cristo se revela también en las cosas más pequeñas y cotidianas, aquellas que nos ligan de alguna manera a la vida en sí, actitudes que tienen que ver con las relaciones y con nuestro día a día, de ese modo hay una intencionalidad a ver nuestros actos en perspectiva de vigilancia porque, de hecho, no sabremos nunca si aquel al que dimos de beber era Cristo o si lo era aquel del que pasamos de largo.

Podríamos decir que el evangelista nos pone un poco contra la espada y la pared, pues nos quiere conducir a un determinado comportamiento que, vamos a decirlo, no siempre ofrecemos. Bueno, en el mismo evangelio tenemos también muchas ocasiones en las que si dependiera de este texto podríamos contar con los dedos de las manos quién entra y quién no en el Reino de los cielos. Menosmal, diría, que Jesús vino a por los que están enfermos y se puso a comer y a beber con los pecadores (que será anticipo de ese Reino que nos espera).


Está bien tener principios, está bien querer (desear) que nuestra comunidad se comporte de una manera determinada, o actúe siguiendo unas directrices, una moral, unas reglas que marquen nuestra buena cristiandad... Pero el Amor no es ninguna regla, el Amor no puede ser sometido y por Amor no estamos obligados a dar. Entonces, no se obcequen en si dieron a aquella y quitaron a aquel, o si ofrecieron a ese y se dejaron a esa... más bien procuren vivir en Amor, porque si viven amando para ustedes no hay reglas, ni normas, ni preceptos, ni Ley... y no se preocupen si cuando lleguen al “cielo” los ponen en un lugar o en otro porque si amaron, si verdaderamente amaron, no tienen necesidad de que se les pregunte, ni de que se les indique a dónde ir o no ir porque su lugar está reservado en el corazón de Dios, en Cristo.

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