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jueves, 23 de noviembre de 2017

LUCAS 19, 41. DON DE PAZ

 LUCAS 19, 41 – 44: Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.»



Es increíble cómo está de actualidad el mensaje del evangelio si miramos a lo alto y ancho de la geografía mundial, política, económica o militar, pues aunque últimamente corren muchos mensajeros de paz, muchas ocasiones para hablar de la paz y otros tantos conflictos para practicarla parece que no hay luz en esto de entendernos, comprendernos, aceptarnos y convivir. Si hay guerra contestamos con guerra, si hay conflicto medimos la distancia que nos separa, y si se atenta contra las personas o contra los derechos humanos aparece el aparato diplomático, que de paz… nada.

Hay mil excusas para no hacer caso a los mensajeros de paz, a los que quieren la paz (que somos muchos). Con sólo mirar la de situaciones de hostilidad que hay en el mundo y que son permitidas por los poderes lograremos ver cómo las diferentes industrias, como las de armamento, tienen que hacer su agosto a costa de vidas humanas. Hoy no sé si hay mucha diferencia entre quien vende el armamento y el que persigue el terrorismo, aunque poco se habla de las primeras, que son las que encienden la guerra en el mundo a costa de grandes fortunas, de una vida de lujos y de excesos. Es el dollar, o el petrodollar, o el oro, o los diamantes, o cualquier fuente de riqueza (la que sea) que compra guerra en lugar de paz, y eso que la guerra se vende muy cara.

¿Por qué van repitiéndose, todavía, desfile de las fuerzas armadas, de los ejércitos, aviones, tanques…?¿Qué sentido tiene llamar a la guerra? Particularmente no me interesa, en absoluto, ver a la marea verde, o azul, o del color que sea a paso por las calles haciendo gala del armamento, del poder de destrucción, o de su grandeza (o pequeñez)… ¿quieren medírsela? Hay poco sentido…

Vivimos en un mundo que sabe muy bien dirigir sus intereses, y los nuestros, a través de los medios de comunicación, de las informaciones, de las opiniones, de personas carismáticas… pero también vivimos en un mundo escaso de paz, que tiembla, que gime, que se lamenta y que también grita basta! Aunque estoy convencido que aunque salgamos cada día, cinco millones de personas en contra de la violencia, de la guerra, de los conflictos, de la venta de armamento… mientras exista la industria, mientras haya política, o mientras se primen las relaciones, la diplomacia, o los acuerdos… el mundo permanecerá roto.

Y no hay tiempo para coser, el hilo ya no pasa por la aguja y en lugar de reparar el roto solamente hay uno y otro pinchazo, sangre, dolor y una herida abierta. Que vengan los costureros de paz, los sastres de la concordia, los modistos de la cordialidad y que nos arreglen el traje.

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