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domingo, 18 de marzo de 2018

JUAN 12, 20. VICARIOS DE CRISTO

 «Es innegable que en la historia del cristianismo (como en la historia de la humanidad) aparece un phylum, una corriente que ha levantado contra viento y marea la bandera de “los condenados de la tierra” y la lucha (o por lo menos la denuncia) contra sus verdugos.
Esta corriente reivindica además en su favor lo más profundo de la identidad cristiana: que Dios es el vindicador de los pobres; pero que Dios solo se revela y actúa a través del hombre: del hombre Jesús primero, y de aquellos hombres que deciden vivir movidos por el Espíritu de Dios y de Jesús. Reivindica igualmente lo más profundo y lo más valioso de la identidad humana: que el hombre no es solo libertad, sino la libertad que produce fraternidad e igualdad.» (J.I. González-Faus, en la Conclusión de Vicarios de Cristo antes citado).


He escogido este primer texto de Ignacio Gonzalez-Faus ya que es conocida su implicación con el tema de los pobres y de la acción social en sus múltiples publicaciones y a través, también, de la plataforma cristianismo y justicia. Me pareció interesante, además, escoger a un autor cercano y que hable en términos de nuestra actualidad, del medio en que vivimos.

El autor señala una corriente de denuncia ante la injusticia social que siempre ha existido en la historia de la humanidad. Una corriente en favor de los condenados de la tierra. Un término que no nos es desconocido porque desde hace tiempo que venimos hablando, por ejemplo, de la partición del mundo entre los países ricos y los países pobres o, también, entre personas de primera categoría y personas de segunda. Entre unos y otros hay cada vez más brecha, más deuda, más explotación, más dependencia… Estamos llegando a un momento histórico en que los ricos son muy ricos y los pobres, cada vez más. Asistimos desde hace años al problema generado por la deuda externa de las zonas más necesitadas, que viven ahogadas por los países ricos. Quienes, después de agotar sus recursos o terminar con sus economías, han optado por abandonar a esos países, colonizados, al amparo de la corrupción, de la dictadura, de la fractura social, de la pobreza… con realidades casi irrecuperables, sin dignidad alguna.

Claro, obviamente esta situación a nivel global podría extrapolarla a nuestro nivel local, porque las mismas desigualdades que vislumbramos entre países ocurren entre personas. Barcelona va camino de convertirse en una ciudad de desigualdades evidentísimas. Así vemos ya a vecinos y a colectivos que transitan entre la pobreza energética, sin calefacción, sin electricidad… y la indignidad de vivir con menos de lo necesario, sin posibilidad de acceder a una alimentación saludable. Y ocurre igual en temas de educación y sanidad, aunque por lo menos en este último caso Catalunya sí cuida de que todo el mundo tenga acceso.

El autor recurre a lo profundo de la identidad cristiana. Quiero señalar, antes de proseguir, que nuestras estructuras políticas, por ejemplo, están repletas de personas que dicen ser cristianas, aunque luego son las primeras que fomentan desigualdad. Sea a golpe de comisión, de favor, de prevaricación… o de robo descarado, sus acciones se enmarcan más en el plano mafioso que en la acción cristiana, que debería procurar por la igualdad, la dignidad, la libertad, o la promoción del ser humano.

Ello me lleva a pensar en que si Dios se manifiesta a través del ser humano, haya en todo este movimiento singular de injusticia algo de misterio en el que también debemos englobar la acción misma de Dios.  Este punto no voy a tocarlo en este tema pero lo veo bastante interesante dentro de ese gran misterio del mal  que habita y del que Dios no excluye.

González-Faus aboga por una igualdad que produzca fraternidad e igualdad como base de la libertad que promociona el cristianismo. ¿Una quimera? Ciertamente, por lo menos a nivel mundial o global que, además, es este último movimiento que rige en el mundo. Recomiendo la lectura del libro de Arcadi Oliveres, “contra la guerra y el hambre”, de Angle editorial, que nos sitúa en este mundo en el que imperan los intereses económicos (políticos, empresariales…) y en el que el ser humano ha dejado de ser un fin para regresar a la etiqueta de medio.

Ahora, ¿podríamos acercarnos a este modelo de Faus? Ciertamente, por lo menos a nivel local, desde pequeñas (o no tan pequeñas) comunidades, asociaciones, cooperativas… En este caso ya ni me refiero a ciudades o a pueblos, porque me parecen ya demasiado grandes y viciadas para posibilitar ya no la fraternidad, a la que podría llegarse incluso como norma moral, sino a la igualdad, que resulta imposible (miremos cualquier ciudad, es algo innegable).

Un cristiano puede quedarse con los valores del Evangelio como algo puramente anecdótico, reflexionando sobre la voluntad de Dios, que es la felicidad del ser humano. Puede lanzar un grito ante la injusticia que vive; también puede realizar encuentros de oración por la paz, la desigualdad… En ese nivel incurre en un peligro evidente: que no se puede dejar el devenir de la historia a Dios, como diciendo: “Dios ya hará”, porque si Dios actúa en nosotros, lo hace a través de la acción humana, que finalmente es la misma que genera desigualdades, o no.

Considero que un cristiano debe implicarse en el campo de su acción posible: sea en la familia, en el trabajo, en la escuela, en la educación, a través de un voluntariado, colaborando económicamente, o promocionando programas de integración, comedor social, inclusión, trabajo… Hay realmente muchas posibilidades de trabajar por la igualdad en nuestra ciudad, sin ir más lejos. Existen muchas asociaciones que ponen su granito de arena en el trabajo contra la desigualdad, trabajando contra la injusticia social, tratando de establecer nuevas posibilidades y horizontes y que merecen mayor atención, colaboración… Si todos los cristianos que hay en Barcelona estuviéramos colaborando en función de nuestras posibilidades habría un cambio evidente. La sociedad catalana es tremendamente solidaria, eso es innegable, pero ante la desigualdad el cristiano/a debe hacer un paso adelante. Ya no vale sólo recaudar un dinero para la investigación de enfermedades X sino que hace falta una voluntad participativa para erradicar las desigualdades que viven en nuestro entorno, las injusticias que pueden vencerse con la acción del particular.

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