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sábado, 3 de marzo de 2018

JUAN 2, 13. DERRIBAR MESAS

 JUAN 2, 13 – 21Cuando se aproximaba la Pascua de los judíos, subió Jesús a Jerusalén. Y en el templo halló a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, e instalados en sus mesas a los que cambiaban dinero. Entonces, haciendo un látigo de cuerdas, echó a todos del templo, juntamente con sus ovejas y sus bueyes; regó por el suelo las monedas de los que cambiaban dinero y derribó sus mesas. A los que vendían las palomas les dijo: —¡Saquen esto de aquí! ¿Cómo se atreven a convertir la casa de mi Padre en un mercado? Sus discípulos se acordaron de que está escrito: El celo por tu casa me consumirá. Entonces los judíos reaccionaron, preguntándole: —¿Qué señal puedes mostrarnos para actuar de esta manera? —Destruyan este templo —respondió Jesús—, y lo levantaré de nuevo en tres días. —Tardaron cuarenta y seis años en construir este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días? 


Más allá de que este pasaje sea un poco extraño, todos participamos de la destrucción del Templo cuando somos conscientes que nuestro fundamento vital pasa por el cuidado espiritual (la oración, la meditación, la respiración, la relajación…). Está en nosotros buscar enfrentar el mundo desde el sosiego del alma, desde la tranquilidad y la armonía. Buscamos los elementos más propicios para encontrar estabilidad emocional a las diferentes actividades con las que convivimos. Medimos, en alguna manera, la compatibilidad que existe cuando encontramos pareja. Hacemos yoga, acupuntura, trabajamos los chakras, encendemos incienso, escuchamos un cd de música relajante… Bien, tenemos sin duda una cara espiritual y otra más animal, visceral.

Alrededor del templo espiritual acampan los vendedores y cambistas, que  son esas actitudes que se alejan de darnos la paz y existen momentos ( a veces muchos) en que la visceralidad irrumpe con fuerza en la actividad de mi precioso templo amado. Cuando eso ocurre me entran las prisas, me arranca la cólera, estoy nervioso y no hay en mí nada de armonía. Han tomado el templo! Y a veces estoy días y días sumido en la vorágine del comercio del alma.

No obstante, encuentro en esos días el recuerdo de una doble promesa de paz a la que puedo acudir para reconciliarme: - destruye este templo: debo pararme a interiorizar esa actividad de destrucción de todo lo visceral, detenerme en mitad de mi propio desajuste emocional y alzar el elemento de aniquilación de ese templo tomado, que ha perdido su dirección, su motivo. Aun tengo la certeza de que en la reconquista de mi entidad la toma del templo no será tardía, tampoco su reconstrucción: en 3 días lo levantaré.

El templo espiritual, el templo interior, guarda una estrecha relación con Jesús, con Dios. Cuando mi vida se forja desde la actitud interna, orante, puedo descubrir la armonía del Espíritu en todos los acontecimientos que suceden en el día. Cuando olvido relacionarme, se encadenan un cúmulo de acontecimientos que caen uno tras otro, sin remedio. Toda nuestra vida será un continuo destruir y levantar y debo entender a no tener miedo de afrontar las veces que ocurra una cosa u otra, aquí el látigo sólo es la valentía. No importa las veces que nos equivoquemos, pero los errores no pueden paralizarnos, lo importante es que al caer pueda aprender a levantarme. Destruir y construir o caer y levantar. Todo este pasaje de hoy no tiene que ver con el enfado de Cristo sino con la necesidad de ser valientes para afrontar la vida y levantarnos cuando caemos.

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