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sábado, 10 de marzo de 2018

JUAN 3, 14. LEVANTARSE

 JUAN 3, 13 – 17Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre.  »Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. »Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.



Hay veces en las que es necesario que algo se levante para que el resto de nosotros podamos reaccionar, a favor o en contra, pues ese alzamiento es como la imagen final, definitiva, de una situación determinada: en Cristo será la salvación por medio de la cruz, mientras que para el pueblo de Israel fue la serpiente de bronce que salvó al pueblo de la mortandad. La clave está en la voluntad salvífica de Dios, que de un modo u otro llega a nosotros, su pueblo. La simbología del alzamiento podemos aplicarla, también, a lo largo de la historia del ser humano en una serie de acontecimientos, manifestaciones, reivindicaciones, luchas… que han determinado momentos de la historia: la caída del muro de Berlín, la declaración de los Derechos Humanos, la abolición del racismo, la igualdad hombre – mujer, la teología de la liberación, el Concilio Vaticano II…

El evangelista expone una teología de la salvación que será a través de Jesucristo, el mensajero escatológico del Padre. Así que no sólo se tratará de una salvación física, de un mejoramiento, o de una recuperación, sino que por medio de un acto último se establece, aunque sea espiritualmente, la paz entre Dios y la humanidad. Dios quiere que es último levantamiento sea para reconciliar todas las cosas, las celestes y las terrestres, quizás viendo las nuestras podamos comprender esas otras, no visibles, intangibles, espirituales. Dios reivindica la salvación de la humanidad por medio de un acto dramático, drástico y único, que no desea se vuelva a repetir y al levantarlo es como si lo pudiera poner a la vista de todos, de buenos y malos, de justos e injustos, de ricos y pobres…

Esa exposición del Cristo, además, se establece en un entorno de pobreza, discriminación, violencia e injusticia, algo que será (o sería) luego totalmente paradójico para Nicodemo, pero algo que para nosotros tiene un mensaje muy claro: la cruz establece un lazó de amor hasta las últimas consecuencias, hasta la eternidad, que es vinculante a todo hombre y mujer en tanto han sido alcanzados por Cristo. Siendo alcanzados, también somos levantados, no para salvación aunque sí para solidaridad, para caridad, para trabajar, para apaciguar…

¿Y qué hacen los cristianos? Pues levantarse, eso es lo que deben hacer los cristianos, y no sólo los cristianos sino cualquier persona que se sienta reivindicando la vida, la libertad, la educación, la vivienda, la sanidad, la economía… acercando esa salvación a cualquier área, a cualquier materia, a cualquier terreno, ámbito, zona… El mundo no necesita a más personas de sofá sino a más personas levantadas, interesadas, dispuestas, decididas. Levántense por quienes no pueden hacerlo, por los enfermos, por la gente mayor, por los más pequeños, por los mutilados… Hay tantos motivos para levantarse.

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