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viernes, 7 de agosto de 2015

MATEO 16, 24 NEGARSE A UNO MISMO

MATEO 16, 24 – 28: Luego dijo Jesús a sus discípulos: —Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará. ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces recompensará a cada persona según lo que haya hecho. Les aseguro que algunos de los aquí presentes no sufrirán la muerte sin antes haber visto al Hijo del hombre llegar en su reino.


Que uno se niegue a sí mismo no quiere decir que tenga que perder su autenticidad. A lo largo de los tiempos se ha creído erróneamente que el mensaje de Cristo llevaba impresa la letra del castigo, de la restricción, o de la condena, haciendo del evangelio un continuo peregrinaje cuaresmal. Sangre, látigo, prudencia, castidad son algunos de los elementos que pertenecen a nuestro pasado religioso más cercano y que todavía vive en algunos lugares quizás recónditos. Toda esta tradición casa con las palabras del apóstol Pablo: “golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre”, dijo. Pero para nada corresponde con el sentido pleno de vida, que ahora ya defienden muchos teólogos.

¿En qué lugar cabe la felicidad si a uno le arrancan la originalidad, el carácter o su imaginación? Fíjense que de un modo u otro parece que el ser humano tenga un fuerte idilio con la opresión, incluso llegando a decir que oprimidos tenemos seguridad. Negarse a ustedes es también negar a Cristo, porque pasando Dios por la humanidad de cada uno, traspasando nuestras fuentes, lo que en Cristo somos no puede negarse. Si atendemos a la creación a imagen y semejanza podremos rebatir a los más rigoristas que se afirman desde la negación.

Todos podemos entender perfectamente que no hablamos de ayunos, ni de tiempos de oración, ni de cualquier acción libre y voluntaria de cada uno que en un determinado momento o a lo largo de su vida hace para el Señor, porque lo que hoy llevamos a juicio es la intención de algunos que dicen que a Cristo se llega negándose uno mismo, porque Cristo ya nos ha alcanzado.

La línea del tiempo siempre nos lleva sometidos: Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Roma, el Nazismo, la Economía… y finalmente incluso la religión. En cualquier lugar el ser humano ha doblado la rodilla delante del opresor, cediendo su libertad, su autonomía, y haciéndose muchas veces dependiente del sistema, aun cuando hay corrupción. Lo que parece inexplicable se ha hecho cotidiano, y aunque podamos indignarnos ante la pérdida de la propiedad, de la vivienda, o de los derechos humanos, a cada minuto se infringe y alguien es perjudicado.

No se nieguen, no claudiquen, defiendan su riqueza, su pasión, su coraje. Observen la reivindicación de Cristo al que Dios quiso darnos como hombre, uno, único, y que promueve en el ser humano un acercamiento al Padre como jamás se vio, y a veces incluso aún no se ve. Cuando ustedes pierden lo que es suyo viven entregados al mundo y es aquí cuando cobra sentido la negación: niéguense a perder la vida, niéguense a perder su unicidad, niéguense a los estándares, al embudo, a las modas… No pierdan su vida corriendo por lugares de insatisfacción, de ingratitud, de soledad, de apariencia, que malo ver a alguien que al final de sus días te dice que ha malgastado su vida, que su vida no valió la pena…


Busquen la felicidad, asóciense con la vida, acérquense al amor y jamás los nieguen, aunque les digan, o aunque parezca… escuchen a su corazón, la voz del Cristo interior, vivan con plenitud a cada momento, no se abatan por las desigualdades, niéguenlas, ni se rindan ante la violencia, niéguenla, pero jamás den la espalda a la vida, no la malgasten, y enseñen este camino a sus hijos, a sus hijas, a sus amigos… porque algo de esta función tenemos todos nostros.

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