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lunes, 29 de agosto de 2016

MARCOS 6, 1 SIN RECHAZOS

MARCOS 6, 1 – 6: Salió Jesús de allí y fue a su tierra, en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga. —¿De dónde sacó éste tales cosas? —decían maravillados muchos de los que le oían—. ¿Qué sabiduría es ésta que se le ha dado? ¿Cómo se explican estos milagros que vienen de sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María y hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros? Y se escandalizaban a causa de él. Por tanto, Jesús les dijo: —En todas partes se honra a un profeta, menos en su tierra, entre sus familiares y en su propia casa. En efecto, no pudo hacer allí ningún milagro, excepto sanar a unos pocos enfermos al imponerles las manos.  Y él se quedó asombrado por la incredulidad de ellos.


Esta mañana estaba leyendo este pasaje en el semillero donde su autor hablaba que siempre encontraremos el rechazo de los demás, más cuando no seamos del “montón”. Bien, no creo que ese sea el mensaje de este pasaje del evangelio, no hay por dónde sujetar esa afirmación del rechazo y ser o no del “montón” no tiene mayor relevancia ante un hecho al que todos estamos expuestos no por ser cristianos o… sino porque el rechazo, forma parte de nuestro abanico de posibilidades de actuación. Incluso, rechazar tiene connotaciones varias relativas a la ignorancia, al desprecio, a la protección ante un agente extraño… Es también un acto reflejo que tenemos los humanos de actuar cuando algo nos hace daño (o no comprendemos).

En el seno de nuestra sociedad moderna, dentro del marco europeo por ejemplo, no podemos usar la palabra rechazo cuando el cristianismo es una de las creencias más extendidas y confesadas de toda la oferta religiosa que existe. Hay ambientes en los que la creencia de una determinada persona se radicaliza y, por tanto, hay rechazo ante cualquier otra propuesta. Esto ocurre en los entornos cristianos, islámicos, ateístas… No hay mayor distancia entre ellos que el poco deseo de convivencia confesional y esos límites estructurales repercuten en no admitirse entre ellos.

Aunque, vemos, estamos dentro del ámbito de la discusión ordinaria. Rechazar una idea no es rechazar a una persona, defender el ideal no es dejar de amar y todo lo que sea sano, limpio y correcto forma parte de esa libertad con la que el ser humano ha sido diferenciado de la creación. La autonomía, que es tan diferencial, también lleva pegada la posibilidad de rechazo. Costumbres diferentes, gustos diferentes, formas de vestir dispares, pensamientos no coincidentes… Esta es la idea, puede haber rechazo al Jesús profeta porque en aquella sociedad nada indicaba acerca de un mensajero de Dios en Nazaret, aunque no haya rechazo a la persona, hijo de José el carpintero. Un pasaje circunstancial o de transición que no debemos espiritualizar en negativo, porque esa posibilidad de negación también es don de Dios y, a veces, parecemos olvidarla.


No hay que ver enemigos en todos lados, pecaremos de psicosis. En la persona de Jesús hubo quienes creyeron y quién no. De hecho, a partir de su muerte y resurrección, estamos los que hemos creído y formamos parte de esta nueva religión que Él no vino a fundar. No es lícito decir que por mi condición de cristiano voy a ser perseguido, considero que es afrentar contra todos aquellos que han sufrido o sufren, incluso hoy, persecución por defender su credo (sea cual sea), su causa. A esta altura de siglo deberíamos superar alguno de estos paradigmas que tenemos tan asumidos para valorar la vida, las personas y la libertad de ellas de modo que abarque todas las posibles respuestas con naturalidad. ¿Seguir a Cristo me convierte en perseguido? Y seguir a Budha? O ser de una inclinación política u otra? O independentista?... Sería vender mal el pescado si tan a la ligera muestro mi condición de perseguido o repudiado por el mundo que me rodea, la gente que está a mi lado, la cultura, el tiempo, la política… Porque ese rechazo del que hablo lo ejerzo yo primero cuando niego al mundo que, pienso, el Señor quiere liberar.

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