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jueves, 25 de agosto de 2016

MATEO 24, 42 VELAD

MATEO 24, 42 - 50: »Por lo tanto, manténganse despiertos, porque no saben qué día vendrá su Señor. Pero entiendan esto: Si un dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, se mantendría despierto para no dejarlo forzar la entrada. Por eso también ustedes deben estar preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperen. »¿Quién es el siervo fiel y prudente a quien su señor ha dejado encargado de los sirvientes para darles la comida a su debido tiempo? Dichoso el siervo cuando su señor, al regresar, lo encuentra cumpliendo con su deber. Les aseguro que lo pondrá a cargo de todos sus bienes. Pero ¿qué tal si ese siervo malo se pone a pensar: “Mi señor se está demorando”, y luego comienza a golpear a sus compañeros, y a comer y beber con los borrachos? El día en que el siervo menos lo espere y a la hora menos pensada el señor volverá.


El pasaje de hoy tiene mucho que ver con la vida, quizás incluso recordándonos aquella historia que solían contarnos de pequeños entre la cigarra y la hormiga, o la tortuga y a liebre, salvando las distancias claro. ¿A cuántas personas conocemos que, después de malgastar su juventud, se quejan por el tiempo desaprovechado? Por los estudios que no hicieron? Por los hijos que mal criaron…? Ocasiones, momentos, circunstancias que pasaron por delante de sus vidas, o de las nuestras mismas, sin que veláramos por ellas. Lo cierto es que, con la experiencia, hay que velar por la vida, hay que velar por la educación, hay que velar por el amor y, si eres creyente, tienes que velar a tu Señor.

El autor nos habla de un ladrón, nosotros conocemos muchos ladrones. Es inevitable que todos tengamos en nuestro pasado, más lejano o más próximo, la experiencia de esa borrachera: si te pasas toda la vida aferrado a tu botella de ginebra las cosas van a pasar de divertidas, a borrosas, a complicadas y a perdidas. El furor y la alegría del vino son momentáneas, después el más agraciado cae en sueño y el menos suertudo o sufre mareos, o termina llorando, suficiente castigo. Quizás el evangelista utilice un vocabulario más técnico, o bíblico, pero nosotros todos nos entendemos porque sabemos qué es eso. Además, si al Señor lo sustituyéramos por los padres, la juventud entendería perfectamente el simbolismo de su ebriedad.

¿Recuerdan a un maestro diciéndoles, sigiloso, a sus alumnos: aprovecha el momento, carpe diem? Algunos lo aprovechan para bien, para otros, en cambio, vivir el momento se convierte en una orgía de despropósitos que terminan: o con su fortuna, o con su salud.

Como si de un proverbio se tratara, hoy el evangelista nos pide prestar atención a la vida, tanto como si el mismísimo Dios estuviera presente entre nosotros como juez implacable. Se evoca la tarea de administradores que los redactores del Génesis pusieron en la humanidad; se nos cita al amor, al amor al mundo y a los enemigos; a la honestidad; a la felicidad y a tener una vida llena, llena de gracia, de misericordia, de bondad… Y si en aquellos tiempos fue necesaria la figura del juez, en el nuestro nos sirvan todos esos ejemplos de mayordomo infiel que tenemos, vemos, sabemos…


Vivan el momento como quien no castiga a su corazón, como quien no hace que se resienta el hígado, como aquellos que no tienen necesidad de golpear, mentir o incluso matar. No se dejen por respirar la fragancia de las rosas, de la lavanda, de la menta; velen por este mundo que tenemos por herencia y aseguren el futuro no ya de nuestros hijos sino de los de éstos. Si a un administrador se le exigen muchas cosas, cuánto más a otro que es cristiano?

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