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miércoles, 17 de mayo de 2017

JUAN 15. LA VID

 JUAN 15, 1 – 8: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que les he comunicado. Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí. »Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece en mí es desechado y se seca, como las ramas que se recogen, se arrojan al fuego y se queman. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá. Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos.


No es casualidad, para el cristiano, que el evangelista hable en su visión de la vid de la adhesión, vital, al Cristo. Si el capítulo diez nos invitaba con la parábola del pastor bueno a compartir esa misión de muerte con el maestro, ahora el autor sigue invitándonos a participar del acontecimiento pascual que, tras el suceso de Lázaro, cobra un nuevo sentido. Compartir la vida de Jesús nos lleva a comprender el trasfondo humani y divino de su misión y su relación con el Padre, de quien depende en todo momento. Así, por tanto, esta invitación a permanecer en Jesús se nos va a hacer una máxima tanto en la vida, como en la oración, como en la entrega, como en amar.

Todo cuanto hacemos lo hacemos en tanto nos adherimos a la persona de Cristo, con toda su connotación vital. Unirse a Cristo es vivir su vida en nosotros, pero manteniendo la singularidad de cada persona y su libertad… aunque parezca una paradoja. Cristo se erige mediador y es que por Él accedemos a las profundidades de la vida y del espíritu y por medio de esta acción integral a Dios, a quien sólo a través de Jesús podremos comprender.

La invitación del pasaje es clara, nos conduce a la obra de contemplación más honda. Profundizar en Cristo, para ahondar en el Misterio del Padre. Y como si de la tarea del asceta o del místico se tratara, la oración del creyente desde la vid se torna un ejercicio único de unión espiritual en Dios, desde el que comprender el sentido de esta vida nueva que se nos ofrece en Cristo, por medio del cual todo va a ser hecho nuevo.

Más allá de la belleza de la construcción, del lenguaje, de la parábola… nos hallamos en una situación de desnudez delante del Creador, que nos ofrece una vida en comunión, de la que todos podemos participar, de la que todos nos podemos beneficiar, que todos podemos acoger. Es un acto de alabanza, de acción de gracias, de suma de intenciones, de proclamación de libertad… La vid es la vida, la savia es Cristo, cada sarmiento una obra espiritual encarnada.

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