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lunes, 1 de mayo de 2017

JUAN 6, 22. CREER EN EL HIJO

 Juan 6, 22 – 29:  Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.» Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.»


Fácil, verdad? La obra de Dios, para el evangelista, es creer en que Jesús es su Hijo. Sin más vueltas, todos los signos que Jesús va a ir haciendo en este evangelio son para el evangelista ocasión de demostrar la filiación divina del Cristo, que es la vida que Dios nos da a cada uno de nosotros, en amor comprometido, fiel y eterno. Por tanto, quizás a modo joánico, deberíamos empezar a ver la vida como ocasión para descubrir a este Hijo y, a través suyo, al Padre misericordioso. Así, cada día, surgen nuevas oportunidades ante las que debemos estar atentos si es que queremos ver los signos que hablan de Jesús, que dan testimonio de su amor y que, en definitiva, son para los cristianos motivo de Esperanza.

Es un buen modo, además, para comenzar a soltar preocupaciones por ese pan que perece, por las pequeñeces de la vida que nos incomodan o, no tan pequeñas, que dificultan nuestro camino. Hay circunstancias que debemos empezar a tratar en clave de esperanza, de gozo. Sean pruebas, sean zacadillas, sean problemas… como las alegrías y os gozos, pueden dar pie a ver ese signo de Cristo que actúa en la vida de cada uno de nosotros. Es el campo de la fe, el lugar de la vivencia espiritual cristiana, que nos capacita para atender a la vida en clave de superación, en un contexto de amor.

Seguir a Cristo, atender a sus obras, aún buscarlo por los milagros y prodigios, termino, no es malo para nada. Pero el evangelista nos pide que no nos quedemos ahí, en la periferia de la vivencia cristiana, sino que profundicemos hacia límites más espirituales en los que aprendamos a vivir la cohesión paterno-filial del Padre y del Hijo en nosotros por el Espíritu. Buscar la eternidad es buscar la propia vida, ésta, la que estamos viviendo hoy, ayer o mañana… así que atención, no sea que nos perdamos entre las aguas de la vida.

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