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domingo, 28 de mayo de 2017

JUAN 16, 28 DEL PADRE AL MUNDO

 JUAN 16, 28 – 30Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre.» Le dicen sus discípulos: «Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios.»



Para los discípulos, como para el evangelista o para nosotros, el origen y fin de Jesucristo tiene sentido en tanto su testimonio pasa por la encarnación. Creemos que vienes del Padre porque tu testimonio aquí con nosotros demuestra que tu vida trasciende lo meramente humano, podrían haber dicho estos discípulos. Y hoy en día, todavía somos muchos los que seguimos creyendo en la filiación divina del hijo de José y María. Algo ha sucedido en el trascurso del evangelio que mucho después de las señales y la resurrección de Lázaro invita a creer que Jesús es el Hijo de Dios.

Jesús no sólo es único, sino que además es el primero de muchos (el primogénito) y gracias a la acción de amor entre Padre e Hijo somos nosotros benefactores del mismo título, pertenecemos a la familia de Dios, no por origen sino por participación en este que llega para regresar. Por obra de este itinerario que nace de un verdadero amor en el cielo y pasa por una entrega generosa y disponible, hoy seguimos manteniendo que el Hijo de Dios se hizo carne entre nosotros, y eligió justo en esta Tierra, y en esta forma humana el acercar la salvación definitiva, gratuitamente.

Aunque esta claridad, obviamente, no es sólo testificada por la Palabra, por el conocimiento, o por la razón, sino que conocemos  quién es Cristo a través de la propia experiencia de nuestras vidas, unidas de algún modo a la misma vida de Cristo, compartiendo sus actitudes y sus inquietudes, que pasan por una vida de fe, de amor y de esperanza. Por eso creemos, porque en nuestra vida se reproduce, de alguna manera, la comunicación de Cristo de que Dios nos ama, y que ya nos estaba amando aún antes de la creación. Cuando alguien puede testificar con ese mismo amor en su vida, volvemos a renovar la creencia, porque en esta carne nuestra se perpetúa la obra del Hijo de Dios.

Hay, pero, quienes no pueden decir que creen, porque alrededor de sus vidas no hay manifestación de la presencia de esta noticia, que Jesús es el Hijo de Dios. Es legítimo creer, y también no creer, porque en definitiva la presencia es un misterio, y tiene que ser revelado. Hay personas que no sienten nada, que se asombran que la gente pueda ir a un culto, a una misa, a una parroquia o aun acto de oración, y pensarán: ¿Qué hacen éstos?¿Cómo pueden creer en lo que hacen?


Nosotros podemos, o no, ser testigos de Cristo si como Él somos llamas de amor, y a través de esta obra entrañable vivificar el testigo del Señor, para quien no lo tiene lo coja. Como una carrera de relevos, ofrecemos el testigo mientras el mundo corre y alargamos la mano para que la puedan coger. Bien, que en esta carrera se tiña de esperanza los motivos de correr y siga manifestándose el amor de unos para el bienestar de otros, nuestro propósito es seguir en la carrera, por si hay que dar el relevo, o por si hay que poderlo ofrecer.

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