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viernes, 5 de mayo de 2017

JUAN 6, 51. PAN DE AMOR

 JUAN 6, 51 – 56: Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva. Los judíos comenzaron a disputar acaloradamente entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» —Ciertamente les aseguro —afirmó Jesús—que si no comen la carne del Hijo del hombre ni beben su sangre, no tienen realmente vida. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final.  Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él.


El centro de la vida cristiana lo constituye Cristo. Fe y caridad son el binomio que orienta a la vida moral cristiana. La ética de Jesús, es una ética en qué libertad y amor constituyen el valor básico. No es una ética individualista, que prescinde de las repercusiones sociales, Jesús pide tener en cuenta al otro.

La ética del evangelio viene marcada por la predilección por el pobre, el débil, el marginado… Valores que incluso pueden ser asumibles para una ética no creyente. Pero valores que concretan y profundizan: el principio de beneficencia, hacer el bien, tener en cuenta al débil, ser generoso… Pues hay que recordar que, Jesús, en su vida esencialmente trabajó con dos grupos de personas:

Un grupo de carácter negativo formado por los pecadores, quienes socialmente estaban fuera de la sociedad, fuera de la comunidad.
Otro grupo de carácter positivo que eran los pobres, los humildes, desvalidos, enfermos… Y los pequeños, la gente sin formación en la Ley o en la religión.

Y con todo, a pesar de la condición de estos grupos en la sociedad judía del momento, el rasgo más típico del comportamiento de Jesús es comer con ellos, lo cual implica una relación total, una absoluta relación de confianza: Por tanto, una acción valiente encaminada hacia la paz, la fraternidad y el perdón. La clave de este proceso, es para volver a poner la mirada en el hombre, en todo hombre o mujer, como camino de vuelta a Dios. Establece, pues, una ética de retorno a Dios desde el amor a toda la humanidad.

Jesús comparte mesa, y toca, y se deja tocar. Como sucede con Zaqueo, por ejemplo, bajito de estatura, sí. Pero además trabajaba cobrando impuestos. Zaqueo, de lejos quiere mirar algo que está aconteciendo, y Jesús no sólo le dice baja de ahí, sino que además le dice que comerá con él.

Compartir mesa con todo ese ritual de abrazarlo, lavarle los pies… como se narra en el pasaje de la mujer pecadora, por ejemplo. O la adúltera que iban a apedrear. Jesús también toca al ciego, escupe en la tierra y le pone barro. Es decir, incurre incluso en herejía. Casi no hay una sola relación de Jesús con la gente a quienes dirige el mensaje en que no incurra desde el punto de vista de la religión institucional en herejía. Toca, entra en casa de pecadores, come el sábado…

En una relación de iguales como propone Jesús, si el amor no está en el núcleo del intento de encuentro, con mucha facilidad se puede vulnerar la ética que es el respeto por lo humano. No por creyente, sino por humano. Lo fundamental tuyo, se añade, no es que seas discípulo de Jesús, sino que seas persona, seas humano. Lo fundamental es ser humano. Ser persona me dignifica.

El evangelio, también muestra con claridad y contundencia ese compromiso de Jesús a favor de los pobres: Jesús da gran importancia a la limosna y a las obras de misericordia, como recoge. Jesús no sólo dio el mandamiento, la regla de oro, sino que propuso, que el amor a Dios y la ética están por encima de todos los preceptos cultuales de la Torah. Y reclama de aquella sociedad vocación de misericordia. El amor no es legalizable, no tiene entidad para ser preceptuado. Por eso coloca el dilema definitivo  en ser como Dios: El amor que debemos ofrecer, no es respuesta al amor que recibimos sino don de pura gracia.

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