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jueves, 4 de mayo de 2017

JUAN 6, 44 SABEMOS LO QUE SABEMOS

 JUAN 6, 44 – 51: Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final. En los profetas está escrito: “A todos los instruirá Dios.” En efecto, todo el que escucha al Padre y aprende de él, viene a mí. Al Padre nadie lo ha visto, excepto el que viene de Dios; sólo él ha visto al Padre. Ciertamente les aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto, y sin embargo murieron. Pero éste es el pan que baja del cielo; el que come de él, no muere. Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva.


Tenemos la gran certeza de que aquello que conocemos de Dios nos viene revelado por el Hijo, por el Jesús de los evangelios y, después, por toda la reflexión creyente que, en diferentes etapas, nos ha acercado una imagen de Dios, cada vez, más ajustada al ser humano de su época aunque, todo hay que decir, hemos pasado por épocas un tanto oscuras en lo que a nuestra relación con Él se refiere. Menos mal que atrás ha quedado la imagen del Dios castigador, del cristiano de penitencias y que el concepto de relación con la Trascendencia ha quedado en un ámbito más mistérico, de apertura y de descubrir.

Todavía hoy sigue esta imagen que me desconcierta, la del cristiano de precepto, aquel que tiene en su deber acudir al culto. No en el sentido de una asistencia espiritual, de adoración, de alabanza… sino en el sentido de un cristiano que cree que debe asistir a la celebración porque es lo que toca. Asi llega, se sienta, canta y repite, hace su oración y se marcha. Ni pierde cinco minutos con la comunidad, ni se siente interpelado por la proclamación de la Palabra, ni le cuentes historias del Dios misericordioso y del Cristo que llama a las periferias.

Vivimos, pero, en un tiempo que se clama a esta Iglesia cuya imagen se reduce a la Eucaristía. Y vivimos este tiempo empujado por muchos, muchísimos, cristianos que, paralelamente, viven su espiritualidad ajenos a la celebración comunitaria. Hoy cuesta encontrar gente en las eucaristías, cuesta hallar jóvenes, cuésta encontrar familias. Pero esto no quiere decir que haya menos cristianos, sino que la mayoría vive su fe en un ámbito más social, asistencial, formativo…

Sin duda, el culto va a tener que vivir una evolución sinos referimos al concepto que hoy tenemos de él. Habrá que revisar los grandes libros que establecen las dinámicas celebrativas, abrirlos y aperturarlos, porque si no acercamos a las personas esta vía celebrativa, algo importante vamos a terminar por perder. Aunque… y estoy convencido… para algunos no supondría nada nuev, antes volvían al latín.

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