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sábado, 8 de noviembre de 2014

JUAN 17 - RUEGA POR TU IGLESIA

JUAN 17 - Jesús ora por sus discípulos – Cristo ruega por su Iglesia
10 Todo lo que yo tengo es tuyo, y todo lo que tú tienes es mío; y por medio de ellos he sido glorificado. 11 Ya no voy a estar por más tiempo en el mundo, pero ellos están todavía en el mundo, y yo vuelvo a ti. »Padre santo, protégelos con el poder de tu nombre, el nombre que me diste, para que sean uno, lo mismo que nosotros. 12 Mientras estaba con ellos, los protegía y los preservaba mediante el nombre que me diste, y ninguno se perdió sino aquel que nació para perderse, a fin de que se cumpliera la Escritura. 13 »Ahora vuelvo a ti, pero digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo, para que tengan mi alegría en plenitud. 14 Yo les he entregado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 15 No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. 16 Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy yo. 17 *Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. 18 Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo. 19 Y por ellos me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.

Es una particularidad de estos últimos capítulos del evangelio de Juan el trato que se hace ya exclusivamente de las relaciones más profundas, como la del Hijo con el Padre, y de los dos con el Espíritu Santo, la de Cristo con la Iglesia, y la de la Iglesia con el mundo. Jesús repetirá muchas veces sus sentimientos hacia lo que está por suceder, y a pesar de que los discípulos no entenderán nada de los diálogos de Cristo, éstos van dirigidos al Espíritu, quien pronto les iba a recordar todos los dichos de él, y, también, los guiaría a toda la verdad.

El pasaje nos sitúa en la que ha venido a llamarse oración sacerdotal de Jesús. Jesús aparece como el perfecto mediador, y en este capítulo intercala esa mediación en tres momentos clave: Él, los suyos y el mundo que tiene que creer en Él. Estamos en la oración en la que Jesús antes de morir ofrece en sacrificio su propia vida; sacerdote y víctima a la vez.

El evangelista prepara el camino hacia el tránsito tan especial de Cristo al Espíritu. Pues si bien el pueblo judío se jactaba de su santidad y especial relación con el Dios único, ahora ese Padre celestial va a derramar sobre un nuevo pueblo el Espíritu de la Verdad, que había sido prometido a Israel, y ahora promesa a todas las personas, a todas las naciones. Serán momentos para una nueva instrucción interior.

Esta oración significa plenitud de teología cristiana pentecostal. Será la gran introducción a la Pasión, y es la hora que Jesús había vaticinado a los suyos. La divinidad queda como oculta, sin irradiarse a través de la humanidad que se asume, pero será a través de la asunción de esta humanidad cuando Jesús nos enseñe a pasar de lo santo, a lo santísimo.
Guárdalos en tu nombre encierra la sublime cristología de este pasaje, porque en griego, nombre hace referencia al verbo encarnado, a Jesús, e Hijo, hace referencia al mensaje. Por tanto, guárdalos en Jesús, y en su Buena Noticia, no sería una posible traducción demasiado descabellada. Cristo, de hecho, se prepara para morir en beneficio de ellos, de los suyos y de los que han de creer, aunque también en beneficio de todos, porque es ahora cuando más accesible tendremos a Jesús, morando en nuestros corazones.

En contraste con un mundo hostil aparece el conocimiento amoroso de la vida que de Dios tienen ahora los discípulos de Jesús. Cristo vive con complacencia toda esta secuencia, donde las palabras se han vuelto poesía, y un regalo para nosotros.

Amar, amar y amar. Esta es la misión propia e irremplazable para conservar y proclamar el verdadero conocimiento del Padre y el mandato del Hijo. Y amar desde la interiorización de la Palabra, desde la cartuja, desde la contemplación, la oración perseverante y la vida comunitaria. Y para esto tendremos la ayuda del Espíritu Santo, quien nos enseñará que del conocimiento del Hijo, brotan las obras y el amor.

Padre Santo, santifícalos en tu verdad. Tu palabra es verdad
Este fue el primer versículo que saltó a mi corazón cuando leí esta ofrenda de amor sacerdotal de Cristo a su Padre. Pero en aquel entonces, el significado de esta segunda parte del versículo, tu Palabra es verdad, venía a mi corazón para mostrarme la condición de mentira que existía en él. Llevándome a reconocer delante de Jesús que había fundado mi vida en una constante mentira, y engeñando y engañándome, todo se había convertido en una farsa.

Eres un mentiroso! Recuerdo estas palabras resonando en el interior de mi alma, a Jesús hablándome directamente y dirigiéndose a mi con la dureza que sólo la honestidad permite entre amigos. Cristo había decidido coger el timón de mi vida y la misión de libertarme de una de las mayores cadenas de mi vida. Viví privado por mis prisiones, y después de tan longevo destierro, Jesús venía a sacarme del mar para llevarme a la playa.

He agradecido durante estos últimos más de cuatro años ya, que en aquella gélida mañana de enero, Jesús decidiera visitarme en el lecho, aquejado de un terrible dolor lumbo ciático, principio de mis dolores, para traerme refresco a mi vida. Entre las punzadas más críticas del nervio, con cuerdas de amor me llamaste para salir de esclavo a amigo, de preso a libertado.

Mientras estudiaba la raíz hebrea “EMET”, verdad. Un nuevo significado llegaba para este versículo en concreto. FIABLE, que perdura en el tiempo. Es por tanto, seguro, que esta misma intercesión del Cristo de Juan, permanece también para sus discípulos de ahora, que aun en el tiempo, deben seguir confiando en ese trabajo de amor como propuesta de vida.
Hasta dónde se extiende y abarca esta “santificación,” no se dice. Pero en ella se incluyen todas las gracias y asistencias, externas e internas, que son necesarias para estar consagrados, verdaderamente, en la verdad. Por ello, mientras reflexiono acerca de la profundidad y longitud, veo más próximos los límites del espacio/tiempo porque ya no me preocupa la distancia sino que me abrazo en su fiabilidad.

Y Cristo dice: no te pido que los quites del mundo. Porque Cristo no desea que nadie se pierda, que viva esclavizado, que lamente esta alegría de existir, que no tenga esperanza, y que no pueda sentir que jamás fue amado. E insiste, que para esta misión de libertarios que tienen encomendadas los protejas del mal que asedia el mundo, para que con tu protección puedan luchar contra él, puedan hacerle frente, librar batallas, y finalmente vencer.
La oración trasciende ya hacia el himno, y las palabras de Cristo serán un alegato a favor de la libertad. Y esta libertad, además, tiene una particularidad que nace de esta santidad, que debe darse gratuitamente, sin pedir nada a cambo, sin ligámenes, sin pertenencia, porque así como todo lo mío es tuyo, todo lo tuyo es mío.

Les he entregado tu Palabra. Jesús ya próximo a su donación definitiva se muestra ahora completamente dado a los hombres, preparado para este camino de resurrección, y supongo que feliz, casi sonriente a pesar del dolor que tenía que llegar. Pero no es para él, sino que será para ejemplo nuestro. Mientras la
Pasión del hombre va cogiendo fuerza, la pasión del amor de Dios en Cristo Jesús cobra ya vida en el Espíritu Santo que viene.

Ese es el silencio de Dios que va a prolongarse desde Getsemaní hasta Pentecostés, y esta será la última voluntad de la oración sacerdotal del intercesor. La entrega del Espíritu, el Paráclito joánico, el defensor. Y todo ello en beneficio de esta humanidad que tan pocas veces camina en la verdad, y que necesita ser consagrada, en el sentido de apartada para. Apartada para conocer la intimidad de un Jesús revelado por el Espíritu de Amor.

Jesús, que pueda elevar también esta oración de amor hacia los hombres y mujeres del mundo para que tu Espíritu nos guíe hacia la verdad. Que pueda amar a los míos y a los tuyos, y a los que tengan que venir. Que pueda donar tu Palabra.


Sálvame del mal del mundo, acércame a la verdad.

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