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jueves, 13 de noviembre de 2014

LUCAS 10 - ¿MARTA o MARIA?

Lucas 10:38-42Nueva Versión Internacional (NVI)

En casa de Marta y María

38 Mientras iba de camino con sus discípulos, Jesús entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. 39 Tenía ella una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba lo que él decía. 40 Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía mucho que hacer. Así que se acercó a él y le dijo:
—Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude!
41 —Marta, Marta —le contestó Jesús—, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, 42 pero sólo una es necesaria.[a] María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará.

Footnotes: Lucas 10:42 sólo una es necesaria. Var. se necesitan pocas cosas, o una sola.


Partí de las notas de un sacerdote diocesano, Alfredo Rubio, para preguntarme un poco más acerca del pasaje de las dos hermanas, Marta y María con Jesús en la casa de Bertania, aquel lugar en el que Cristo encontró siempre el socorro, la intimidad y el amor en los días en que el ministerio se complicaba, o cuando más próximo estaba a Jerusalén. Desde Betania, Lázaro y su familia acogían al maestro como se acoge a un hermano, y Jesús dio allí muchas lecciones importantes. De entre ellas, esta historia, la disputa de las hermanas, la disputa de los caracteres.

Jesús dibuja con esta escena dos tipos de personas, pero más allá de las actitudes, dibuja también dos maneras de entender el apostolado. Así se plantean los rasgos de una vida activa,Marta, frente a otra vida contemplativa, Maria. Al final, Jesús sacará una enseñanza dirigida a todos nosotros, y la importancia de la contemplación como primicia de los carismas.

Marta es la vida activa, la parte funcional del apostolado, la que permite ver las grandes maravillas de la creación de Dios por medio de la prédica, por medio del trato con las personas, a través de la canción, de la siembra, de la siega, de la cosecha. Es la actitud más movible, aquella que abre los caminos (los que van al frente).

María, en cambio, representa la vida contemplativa. Una vida de escucha, de silencio, de oración permanente. Más íntima porque representa acercarse al pecho de Jesús, como Juan en la cena de la institución, escuchar lo más profundo. Y desde lo más profundo se atiende con atención a lo que es realmente esencial, y aquello que vive en la substancia.

Tengo la certeza de que el apostolado debe ir en una única dirección, aunque después el resultado puede ser tan diverso como lo son los dones. Pero tengo la seguridad de que necesitamos empezar de un mismo origen para poder desembocar en una misión madura, fiable y perdurable, lejos de las pasiones de la juventud, o de las dudas que sobrevienen en la escasa comunión con Dios. Por eso es primordial acceder al trasfondo de la cristiandad desde la contemplación. Y será importante que en nuestra vida haya una especial dedicación a la soledad y al silencio.

Como diría el sacerdote, para pasar de la cartuja alta a la cartuja baja. De la oración contemplativa en intimidad con el Abba al trabajo en el mundo. Pasamos de un llamado que nos lleva al conocimiento de lo más personal de la oración, a un llamado/misión cuando se nos revela nuestra función carismática, y de ella nuestro trabajo en el mundo, con la gente. Pasando, por tanto, de Maria a Marta, y aprendiendo luego a saber volver de Marta a Maria.

Veamos la escena. Habíamos llegado a Betania y entramos en casa de Lázaro y sus hermanas. Nuestra llegada fue acogida con alborozo mezclado con algunos indicios de nerviosismo porque, como no nos esperaban tan pronto, Lázaro no había regresado aún del campo y las cosas no estaban preparadas. Marta, una mujer decidida y práctica, tomó las riendas de la situación y, después de un saludo apresurado, se puso a dar órdenes a los criados y a ir y venir de la cocina a la sala donde iba a celebrarse la cena, dando muestras de impaciencia y agitación.

Entretanto María, la tercera de la familia, siempre más propensa a escuchar que a hablar y a acoger más que a intervenir, era la única que no parecía contagiada de la ansiedad generalizada y se había sentado tranquilamente junto a Jesús, preguntándole, escuchándole.

Pero cuando ya estábamos esperando que él recomendara a María ponerse a ayudar a su hermana, el siempre sorprendente Jesús desvió el reproche hacia Marta, le echó en cara con cierto humor sus prisas y agobios y tomó partido descarado por su hermana. Dijo algo en torno a lo que importa de verdad y lo que es accesorio, y sentenció con aplomo que la que tenía razón era María y que era ella la que había acertado con lo que él venía buscando a casa de sus amigos: no un gran banquete, sino encontrar a alguien a quien poder contarle sus preocupaciones y sus deseos
Luego, en la sobremesa, salió a relucir nuestra discusión de antes en torno a quién había trabajado más por el Reino:

«No es eso lo que importa», se puso a decirnos, «de lo que se trata es de vivir lo que el Padre quiere en cada momento y eso sólo se consigue escuchándole. Y si vivís agobiados y ansiosos, es porque vuestras acciones no nacen del deseo de hacer su voluntad, sino de vuestra propia necesidad de acumular méritos, o de creer que tenéis que ganaros su aprecio a fuerza de hacer cosas por El.

Y ¿cuántas veces os he dicho que no necesitáis conquistar nada, sino que el amor del Padre es como un tesoro que se encuentra inesperadamente, sin depender del comportamiento del que lo encontró? O como la lluvia y el sol, que no se fijan en si la tierra que los recibe es buena o mala, sino que caen sobre ella gratuitamente, y es eso lo que la hace buena y fecunda...

Marta, la próxima vez que vuelva, bastará con que prepares pan, dátiles y aceitunas, y te sentarás junto a mí como María, porque la mejor parte está a disposición de todos. Y juntos hablaremos del Padre y de cómo realizar juntos lo que El desea...»

Nunca olvidaré aquella sobremesa en la que las palabras de Jesús sanaban nuestra secreta ambición de llenar nuestra vida de "obras" y nos convertía a todos, hombres y mujeres, en oyentes de su Palabra y poseedores de esa "mejor parte" que es la suerte de quienes la escuchan.


Debo aprender que en mi vida, existe una madurez cuando se sustenta el pilar de la contemplación, porque desde la intimidad se sujeta mi relación con el Abba, con Jesús, con el Espíritu Santo. La oración salida del encuentro con el Señor.
Si me apresuro, si me concentro en el trabajo, si no busco ese rato de habitación con Dios. Parece que las fuerzas se acaban, que mi relación con el mundo se agota, y que ya todo me pesa. En lugar del servicio gozoso me encuentro en la encruijada de la obligación, y desde esa óptica me cuesta servir por amor, me cuesta amar. La vorágine social me aplasta, sus líos, preocupaciones, las batallas de poder… no logro sacar la esencia del evangelio, no puedo romper el frasco, y cuando lo rompo, no desprende ese olor grato, falta libertad, no hay gratuidad, me supone un sacrificio.

Jesús me pone sobre aviso. Me propone revisar la fuente de mi apostolado, de mi vida, para poder ser donada. Rescatar mi libertad, sentarme al lado de Jesús, recostarme en Él, buscar la contemplación, observar el cielo, la naturaleza, el universo. Recobrar la alegría, sentir el soplo del Espíritu. Darle un vuelco hacia lo que es genuino, recuperar mi originalidad, mi esencia.

Disfrutar de la compañía, de la mesa, celebrar una verdadera eucaristía. Unirme a mi familia, hacer cartuja media, sentir a mis hermanos, a mis hermanas. Coger la mejor parte.


Que sepamos encontrar ese tiempo, ese momento, ese lugar en la vida que nos regala Dios para hacer familia. Que no nos importe el qué servir, que nos ocupe el cómo servir. Y si sirvo por amor, al final me llevaré la mejor parte.

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