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sábado, 27 de diciembre de 2014

JUAN 1, 1- 4 VERBO DE VIDA

Juan (1,1-4): Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa.



Muy acertado ver, después de un nacimiento, que el niño Jesús es real, de carne y hueso, que vivió, creció, se le pudo tocar, participó, tocó… Juan nos da testimonio de la encarnación del Verbo divino, la Palabra de la Vida ahora visible en la figura tangible de Jesús. Una declaración que recuerda, cómo no, a la que el apóstol Pablo realizaría después en su carta a los Colosenses, versículo 1, 15, cuando les dice a los habitantes de Colosas que Cristo es la imagen del Dios invisible. Así, lo que no se ve, lo que se intuye, lo que se siente o presiente, lo tocante al alma se ha hecho ser viviente. Dios pasa ya por la humanidad, por la carne, y lo hace a través del Hijo, de ello dirá Juan para que nuestra alegría sea completa.

Una alegría que no tendría sentido sin esa encarnación. La Buena Noticia del evangelio nos dice que el Salvador ha llegado, vimos no hace mucho que para proclamar el año de gracia del Señor. Ahora, añade Juan, para que además tengamos unión con el Padre, o Madre, a través del Hijo, mediador. Esto nos abre una nueva perspectiva de plenitud y llenura, porque el hombre, antes ligado a las limitaciones de su fragilidad, enfermedad, muerte, puede ahora vivir en plenitud de felicidad sabiendo que, a pesar de su caducidad, su alma seguirá viviendo en el eterno Amor del que ya disfruta este cuerpo humano.

Hoy nosotros seguimos compartiendo esta verdad de relación, el ser humano se muestra completo cuando su relación con lo trascendente lo llena, y parece que entones ahí radica el sentido de su vida. Encontramos ese sentido no en las cosas materiales que el mundo nos ofrece, sino que siempre lo hacemos en relación.

Las relaciones humanas, de amistad o de familia, de pareja… satisfacen al hombre o a la mujer por encima de las más mundanas, aunque no son suficientes. Algo más llama al interior de la persona que busca trascender por encima de las relaciones humanas y encuentra plenitud cuando halla al creador. Y como ocurrió según la narración del evangelista, ahora esa unión de amistad, de pareja, de familia… nos lleva, unidos a Jesús, a Dios. A plenitud.

Constituye un gran misterio este traspaso relacional entre Creador y criatura, Padre – Hijo y la intrínseca necesidad relacional del ser humano. Así lo quiso Dios, que el ser humano no estuviera solo, que no viviera solo, que no creciera solo, aunque luego la solitud pueda ser una opción libre del ser humano.

Hoy les invitaría a tocar y dejarse tocar, a acariciar y dejarse acariciar. A sentirse el uno al otro, sean amigos, familia, pareja, amantes o desconocidos. Conocemos también por el tacto, y esto de tocar, de manipular, también nos acerca un poco a la figura yahvista de la imagen de Dios, el alfarero. ¿Recuerdan la película Ghost, más allá del Amor? ¿La tienen? Si no la recuerdan tienen dos opciones o la buscan por internet, youtube… o tiran de imaginación. Dos amantes fundidos en un torno de alfarero, creando, sintiendo, tocando, deslizando barro y carne… puede ser muy sexual, de acuerdo, pero también muy creatural. Miren, Dios creó al hombre y a la mujer por puro Amor, y esta escena es puro Amor. Véanla!



Yo quiero ser testigo de su Amor, de su condición de alfarero, de su relación con Dios, con Jesús, con la Vida, quiero participar con vosotros y quién sabe si algún día también estemos en ese mismo torno, modelando…

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