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lunes, 29 de diciembre de 2014

MATEO 5 - LA ETICA DE JESUS


Mateo 5, 1-12: “Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos , porque ellos posseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”.



Otro texto evangélico, clave para comprender esta nueva ética que propone Jesús, es el del Sermón de la Montaña (cfr Mateo 5, 1-12). Allí él cuestiona y replantea la simetría de la ley y quiebra el mimetismo que consiste en depender de algo exterior: del premio o el castigo que nos ofrecen. Amar a los demás, exige asumir las riendas de la vida, no desde una postura caprichosa o egoísta, sino en gesto de creatividad, actuando desde el amor y la gratuidad precisamente hacia aquellos que no pueden reportarnos beneficio. “Caridad es voluntad eficaz de promoción del otro” (Alfredo Ferro. La fe contra el sistema. P.21)

El Sermón de la montaña dispone toda la propuesta ética de Jesús. Desde las bienaventuranzas, Jesús muestra cómo el amor debe ser la raíz de nuestro estilo de vida, de nuestra forma de actuar. Todo lo que hacíais hasta entonces, parece decir, estaba bien, era correcto. Pero estaba vacío. Ahora Jesús nos enseña cómo reelaborar la vida hacia una sociedad en la que reine el amor. “El desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad” (PABLO VI, POPULORUM PROGRESSION, II, 43)

Las Bienaventuranzas se disponen como un itinerario necesario del comportamiento humano que debe, necesariamente, dirigirse hacia el otro. Ya no se participa del mundo como ser individual, sino que Jesús solicita readaptar aquella mayordomía que Dios nos dio para el mundo, ahora, hacia la misma responsabilidad pero con el prójimo. Dios, que puso en el hombre la confianza de dominio sobre la tierra, propone en Jesús una responsabilidad aún mayor, que es sobre la propia vida humana (pero no la nuestra, sino la de los demás). Las llaves del mundo entregadas en el Génesis, se refunden en una actitud de amor responsable. Y no sólo con aquellos que amamos, sino incluso con quienes son nuestros enemigos, a quienes solícitamente Jesús nos invita a amar.

“Seguir a Jesús es pro-seguir su obra, per-seguir su causa y con-seguir su plenitud” (L. Boff: el seguimiento de Cristo, en Jesucristo y la liberación del hombre, Cristiandad, Madrid 1981, 35). Seguir a Cristo lleva expreso el imperativo ético de comprometerse con esta misma causa, la causa de los pobres, de los enfermos, de los desahuciados… Para que el mundo pueda experimentar un proceso de liberación, entendida como un amor que ha de sacrificarse; como una esperanza que debe pasar por esperanzas políticas, como una fe que tiene que avanzar tanteando (Cfr Von Balthassar, ensayos teológicos II, SponsaVerbi, Madrid 1964; Eugenio Alburquerque, Moral cristiana y pastoral juvenil, Editorial CSS, Madrid 1990, 61-76)

Las 9 locuras de Cristo, muestran a grupos de personas felices en primer un momento, y luego, la causa de dicha felicidad. Una felicidad que nada tiene que ver con la que entendemos nosotros en el mundo. Jesús nos habla de una herencia de Dios cercana a nosotros desde otra felicidad que nos propone. Y bajo el abrigo del amor, que arropa todas esas actitudes. A Dios, ahora, se le hereda por amor. Desde estas bases, ahora Jesús nos muestra por qué el mundo es valioso.  El amor es el criterio definitivo para comprender la realidad: entender que Dios es amor, impregna todo de amor. Sólo quien sabe que hay Dios y que Dios es gracia (que ama gratuitamente a todos) puede amar también por encima de la ley, abriéndose incluso a la alternativa de crear caminos de encuentro y amor con el enemigo.

Jesús, en su discurso profético, recuerda que el mundo actual es valioso porque está lleno de la gracia de Dios. Él propone que la vida humana es un don de amor. Sólo sobre un mundo entendido como  “don” puede hablarse de Dios como Padre, superando de raíz el exclusivismo judío y haciendo que todos se descubran y sientan como hermanos. Dios, que ofrece su amor a buenos y a malos, a justos e injustos, está por encima de toda absolutización o sacralización de ley alguna. A modo de ejemplo, recordemos como los publicanos defendían su grupo, y encontraban en la exclusividad de sus relaciones la recompensa que buscaban; es evidente que el vínculo existente entre ellos pretendía ante todo salvaguardar sus negocios e intereses económicos. Los publicanos se ayudaban en beneficio de su economía, los paganos se saludaban para que triunfasen sus estrategias, y de manera generalizada la sociedad judía se auto proclamaba el pueblo escogido de Dios para salvaguardar su proyecto nacional y religioso. Jesús cuestiona con sus palabras y sus hechos todo fundamentalismo e intransigencia en la interpretación de la ley y de los profetas y propone que el amor de Dios alcanza también a aquellos que intentan vivir en el amor al prójimo, independientemente de su nacionalidad o credo.

Jesús ha ofrecido el ideal del amor como gratuidad, siguiendo el gesto de Dios Padre que generosamente ama. Cuando se ha superado el egoísmo y la seguridad de un amor puramente interesado, puede hablarse de una gratuidad en el actuar humano. Esta es la paga más alta, que no se busca, que no se exige, pero que emerge luminosa porque hay Dios y Dios nos ama.

Judíos legalistas (o cristianos legalistas), publicanos y gentiles ya han tenido su paga, pues por ella han trabajado. Por el contrario, los que aman desde la gratuidad, los que dan sin exigir nada a cambio, pueden confiar en la misericordia de Dios para con ellos. La comunidad de los discípulos de Jesús somos interpelados por el maestro a mantener una actitud constante de diálogo con el mundo, con los grupos humanos, con la historia concreta de las personas, no desde un legalismo que aplasta y enajena, sino desde la nueva ética que enmarca todo el decir y el hacer de Jesús: desde la compasión, desde el perdón, desde la fraternidad, en definitiva desde un amor vivido y expresado hasta las últimas consecuencias.

La relación de Dios con el ser humano es esencialmente una relación de amor, que alcanza su expresión máxima en el misterio de la encarnación: la Palabra de Dios se hace carne y viene a habitar entre nosotros (cfr Juan 1.14). Si esto es así, el centro del cristianismo es la Buena Nueva de un Dios que se ha comprometido con el hombre hasta el extremo. Lo más entrañable del Evangelio reside en la primacía absoluta reconocida a la Gracia, es decir, al amor inmerecido e inmerecible de Dios a toda la humanidad, de tal modo que siempre aparezca como más importante y decisivo lo que Dios ha hecho por nosotros que lo que nosotros podamos llegar a hacer por él.

El Dios que se revela en Jesucristo, no es un Dios lejano o desconocido, sino cercano al ser humano en la medida que lo finaliza desde dentro; tampoco es un Dios ajeno a la actividad humana sino que la asume y la lleva a plenitud, de modo que lo auténticamente humano se convierte en signo de lo plenamente cristiano.  En todo lo humano hay rastros de lo divino, o como expresa Pascal "el hombre supera infinitamente al hombre"(Cfr Pascal, Pensamientos, 433). Esta perspectiva antropológica potencia una moral centrada en la persona más que en el objeto, pues mira al ser humano como el puente privilegiado en el que Dios se revela.


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