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martes, 16 de diciembre de 2014

LUCAS 2 - SIMEON Y SU FE

Lucas 2:25-35 (RVR1960):  Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel.  Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él. Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.

La fe y la esperanza viven, en muchas ocasiones, desde el anonimato. Este relato de Lucas destaca a uno de tantos que había puesto su plena confianza en Dios sabiendo que algún día podría ver la salvación que, como Padre, había preparado para la humanidad. Simeón participa en primera persona de la llegada de Jesús a este mundo y con los ojos de la fe vive, también, el agradecimiento por una vida de amor y respeto por la creación de Dios.
El libro de los Hebreos recoge a los héroes de la fe. Aquellos grandes nombres que sobresalieron como guianza de la fe de un pueblo que, en numerosas ocasiones, andaba titubeante entre el creer y el no creer. Momentos muy duros como el de la persecución de Antíoco IV u otros como los recordados de Egipto o Babilonia, Asiria… Juda e Israel estaban dentro de una zona marco estratégico para las grandes potencias de Egipto o Mesopotamia que transcurrían por su territorio apresando a generaciones enteras.
Así nacen estos grandes de la fe, como ítems para que el pueblo no pierda la fe, o para que no la nieguen cuando veían tanta mortandad a su alrededor. Nombres de valientes, de profetas, de reyes, guerreros… Pero la historia también se fragua desde abajo, y si no fuera por la fe de los más pequeños, a pesar de estos grandes mitos, sería insostenible porque cuando el referente muere, los seguidores se van apagando.
Simeón es el ejemplo de toda la vida, y ya anciano recibe la visión que estaba esperando. Colmado de felicidad, lleno de gozo y admirado dice aquello de: “ahora ya puedo morir en paz porque mis ojos han visto tu salvación”.
Nosotros no hemos visto a Jesús en persona, intuimos cómo era, investigamos sus formas, su personalidad, lo que vivió… Y su nombre es eterno porque ha vencido a la muerte y resucitó. Ergo sigue vivo, y hoy lo conocemos porque habita en nuestros corazones, y porque vive gracias al vínculo de la fe con la que Dios nos permite conocer sus misterios.
Pero el anciano es hoy un vivo ejemplo de una persona perseverante y con unos principios totalmente fundamentados, asentados, cimentados. Es un verdadero héroe de la fe, y Lucas, que es buen médico, nos invita a la contemplar la vida de este Simeón del que sabemos dos cosas por la lectura: que era creyente, y que tenía una promesa de Dios en su vida.
¿Qué promesa tienes tú de parte de Dios?
Quisiera invitaros a guardar hoy un momento de reflexión, de silencio y de buscar en el interior la voz de Jesús. Tendremos que ser intuitivos y estar muy despiertos, parar atención e inclinar el oído, escuchar… sssshhhhhh!
Quizás tengas alguna especial, una vocación, una misión. Quizás creas que no tienes ninguna. Trata de escuchar, de sentir, de intuir. Háblale si lo necesitas, porque el sentido de tu vida es ya el gran regalo que Dios tiene para ti, y que lo puedas llevar a cabo es su satisfacción.
Yo he visto la salvación que viene de Dios porque te he visto a ti. Te he visto amar, acompañar, consolar, llorar, reír, compartir… Porque mis ojos también han visto al Salvador que vive en ti, y cada vez que veo ese precioso milagro que es tu vida vuelvo a ver a Jesús con los ojos del anciano Simeón.
Y entonces te bendigo amigo, amiga, papá, mamá, hermana, hermano… Y puedo decir aquello: despide a tu siervo en paz, porque mis ojos han visto la salvación que viene de ti.
Y añado, porque mis ojos te han visto vivir y porque tu amor me ha hecho vivir.

Gracias a todos y a todas porque el milagro de Jesús está en vosotros.

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