Lucas
2:25-35 (RVR1960): Y
he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre,
justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba
sobre él. Y le había sido
revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que
viese al Ungido del Señor. Y
movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo
trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él
le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: ahora,
Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; Porque han
visto mis ojos tu salvación, La cual has
preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación
a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel. Y
José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él. Y
los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para
caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será
contradicha (y una espada
traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos
corazones.
La fe y la esperanza viven, en muchas ocasiones, desde el
anonimato. Este relato de Lucas destaca a uno de tantos que había puesto su
plena confianza en Dios sabiendo que algún día podría ver la salvación que,
como Padre, había preparado para la humanidad. Simeón participa en primera
persona de la llegada de Jesús a este mundo y con los ojos de la fe vive,
también, el agradecimiento por una vida de amor y respeto por la creación de
Dios.
El libro de los Hebreos recoge a los héroes de la fe. Aquellos
grandes nombres que sobresalieron como guianza de la fe de un pueblo que, en
numerosas ocasiones, andaba titubeante entre el creer y el no creer. Momentos
muy duros como el de la persecución de Antíoco IV u otros como los recordados
de Egipto o Babilonia, Asiria… Juda e Israel estaban dentro de una zona marco
estratégico para las grandes potencias de Egipto o Mesopotamia que transcurrían
por su territorio apresando a generaciones enteras.
Así nacen estos grandes de la fe, como ítems para que el pueblo
no pierda la fe, o para que no la nieguen cuando veían tanta mortandad a su
alrededor. Nombres de valientes, de profetas, de reyes, guerreros… Pero la
historia también se fragua desde abajo, y si no fuera por la fe de los más
pequeños, a pesar de estos grandes mitos, sería insostenible porque cuando el
referente muere, los seguidores se van apagando.
Simeón es el ejemplo de toda la vida, y ya anciano recibe la visión
que estaba esperando. Colmado de felicidad, lleno de gozo y admirado dice
aquello de: “ahora ya puedo morir en paz porque mis ojos han visto tu salvación”.
Nosotros no hemos visto a Jesús en persona, intuimos cómo era,
investigamos sus formas, su personalidad, lo que vivió… Y su nombre es eterno
porque ha vencido a la muerte y resucitó. Ergo sigue vivo, y hoy lo conocemos
porque habita en nuestros corazones, y porque vive gracias al vínculo de la fe
con la que Dios nos permite conocer sus misterios.
Pero el anciano es hoy un vivo ejemplo de una persona
perseverante y con unos principios totalmente fundamentados, asentados,
cimentados. Es un verdadero héroe de la fe, y Lucas, que es buen médico, nos
invita a la contemplar la vida de este Simeón del que sabemos dos cosas por la
lectura: que era creyente, y que tenía una promesa de Dios en su vida.
¿Qué promesa tienes tú de parte de Dios?
Quisiera invitaros a guardar hoy un momento de reflexión, de
silencio y de buscar en el interior la voz de Jesús. Tendremos que ser
intuitivos y estar muy despiertos, parar atención e inclinar el oído, escuchar…
sssshhhhhh!
Quizás tengas alguna especial, una vocación, una misión. Quizás
creas que no tienes ninguna. Trata de escuchar, de sentir, de intuir. Háblale
si lo necesitas, porque el sentido de tu vida es ya el gran regalo que Dios
tiene para ti, y que lo puedas llevar a cabo es su satisfacción.
Yo he visto la salvación que viene de Dios porque te he visto a ti.
Te he visto amar, acompañar, consolar, llorar, reír, compartir… Porque mis ojos
también han visto al Salvador que vive en ti, y cada vez que veo ese precioso
milagro que es tu vida vuelvo a ver a Jesús con los ojos del anciano Simeón.
Y entonces te bendigo amigo, amiga, papá, mamá, hermana, hermano…
Y puedo decir aquello: despide a tu siervo en paz, porque mis ojos han visto la
salvación que viene de ti.
Y añado, porque mis ojos te han visto vivir y porque tu amor me
ha hecho vivir.
Gracias a todos y a todas porque el milagro de Jesús está en
vosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario