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sábado, 6 de diciembre de 2014

LUCAS 2, 41 - PADRES E HIJOS

Lucas 2:41-50 (NVI): 41 Los padres de Jesús subían todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. 42  Cuando cumplió doce años, fueron allá según era la costumbre. 43 Terminada la fiesta, emprendieron el viaje de regreso, pero el niño Jesús se había quedado en Jerusalén, sin que sus padres se dieran cuenta. 44 Ellos, pensando que él estaba entre el grupo de viajeros, hicieron un día de camino mientras lo buscaban entre los parientes y conocidos. 45 Al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en busca de él. 46 Al cabo de tres días lo encontraron en el *templo, sentado entre los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47 Todos los que le oían se asombraban de su inteligencia y de sus respuestas. 48 Cuando lo vieron sus padres, se quedaron admirados.
—Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? —le dijo su madre—. ¡Mira que tu padre y yo te hemos estado buscando angustiados!
49 —¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?
50  Pero ellos no entendieron lo que les decía.

¿Cómo es perder a un hijo? Que mala situación la que se produce en la peregrinación anual de la familia de Jesús para celebrar la Pascua, una de las tres grandes y solemnes fiestas que el pueblo judío, año a año, que se celebraba bajo el espectro de grandes peregrinaciones de gente de aquí o de allí que subían a Jerusalén, al Templo. Palestina se alza para celebrar la fiesta.

Para José y María sería un tiempo especial, porque Jesús, en esta ocasión se suma a la caravana familiar. De hecho desconocemos si antes, o quizás después, esta mismo trayecto volviera a ver a la familia de Nazaret junta a celebrar la fiesta.

Los doce años, además, llevan una connotación religiosa de obligada mención. Jesús está a punto de entrar en la vida religiosa de su pueblo. En vísperas del Bar-Mitswa, 13 años, que lo constituiría en activo con pleno derecho del pueblo sacerdotal. Consciente tanto por edad como por vocación, de que esta fecha además, lo involucra directamente en aquellos negocios de su padre que trataba con los doctores en Jerusalén.

 Flavio Josefo apunta, aunque parece inverosímil, que en los días de Pascua, podían reunirse cerca de dos millones de personas en la Ciudad Santa. Las calles se llenaban de las mercancías que los vendedores esperaban ofertar. Y los cambistas hacían ya su particular agosto. Y a pesar de la agitación de Jerusalén, cuánto más agitado estaría el corazón de Jesús, quien llegaba, ahora, a la casa de su Padre.

Y mientras Jesús vivía con plenitud ese encuentro con Dios, sucede que, con tanto alboroto, los padres marchan, contando que su hijo, tal vez, estuviera con algunos de los familiares que también viajaban con ellos, en la gran caravana. O con alguno de los grupos de muchachos que también se formarían en las peregrinaciones.

Pero Jesús no está. Y la agitación llega al corazón de José y de María, padres. Nadie ha visto al niño. Y no será hasta el tercer día que estos angustiados padres lo hallen.

Ese momento de separación y encuentro, puedo narrarlo en primera persona cuando dirijo la mirada a mis padres, quienes han sido, y son, los únicos incondicionales que me han amado a pesar de cualquier circunstancia, en los buenos y malos momentos, e incluso cuando la distancia entre nosotros parecía que era un escollo demasiado grande. Un amor eterno y gratuito que me extienden de modo total.

Con el tiempo he llegado a comprender que en este pasaje, Dios ha querido mostrarnos, a los hijos, cómo nuestros padres se preocupan por nosotros, hasta qué extremo nos aman, y cuánto pueden llegar a sufrir desde el silencio, acompañando, sin entender lo que los hijos hacen.

Los hijos podemos estar enredados en los negocios del mundo, o en los negocios del Padre como Jesús, o en nuestros propios negocios. Y al ocuparnos de ellos, generamos una extraña distancia entre esa privacidad del negocio y la compañía de los padres. Quizás es el momento de independizarse, de tener ya algunos secretos y/o de empezar con relaciones que ya no tienen por qué ser de interés paterno. Si? Ya hay amistades que no pasan por el circuito de conocimiento y presentación, o actividades que dejan de ser compartidas a los padres.

Son nuestros negocios, y para algunos de ellos los padres no tienen cabida.

Pero Lucas nos muestra que apartar de tal modo a nuestros padres, aún con el mejor de los motivos, produce daño. Toda separación duele, y más cuando no se sabe por qué o dónde, la causa, el motivo. Nuestra mala interpretación de lo que significa o es la independencia lleva muchas veces a romper el ligazón de amor de la familia. Pero produce dos efectos bien distintos entonces: el hijo no es consciente de lo que provoca apartarse, y los padres viven esa experiencia de desgajo y tienen que asumirla.

No es fácil entender qué ocurre en esta etapa vital de decisiones, negocios y rupturas, pérdidas y reencuentros, entendidos y malos entendidos. Pero el evangelista nos dice, que para los hijos, lo normal es no entender la preocupación de los padres. Y que para los padres, la razón de vivir son los hijos.



El Amor más grande, que refleja el misterio del Amor de Dios, pasa por la familia. Que este relato de hoy nos ayude a mirar al corazón y a dejar por un momento de atender a nuestros negocios. 

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