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viernes, 12 de junio de 2015

JUAN 19, 31 LA CRUZ Y LA PASCUA

JUAN 19, 31 – 37: Era el día de la preparación para la Pascua. Los judíos no querían que los cuerpos permanecieran en la cruz en sábado, por ser éste un día muy solemne. Así que le pidieron a Pilato ordenar que les quebraran las piernas a los crucificados y bajaran sus cuerpos. Fueron entonces los soldados y le quebraron las piernas al primer hombre que había sido crucificado con Jesús, y luego al otro. Pero cuando se acercaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante le brotó sangre y agua. El que lo vio ha dado testimonio de ello, y su testimonio es verídico. Él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Estas cosas sucedieron para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán ningún hueso» y, como dice otra Escritura: «Mirarán al que han traspasado.»


El testimonio de los mártires, de los pobres o de aquellos que sufren injusticia, persecución, mentira, robo… es incómodo. Cuando paseando por la calle encuentras a una mujer tirada en el suelo pidiendo dinero, también nos incomoda; cuando tenemos que lidiar en una discusión, o cuando nos hemos peleado y hay que proseguir con la convivencia, igualmente nos incomoda. Nos incomoda, normalmente, todo aquello que viene a nuestra vida violentamente, y más aún cuando esa situación que irrumpe testifica contra nosotros. Imagínense a estos judíos que tienen que celebrar la Pascua con la mirada puesta en el Golgota, donde en el madero se ha dado muerte injustamente.

Nietzsche es la forma más radical de mostrar esa incomodidad en el ser humano: dice que el hombre ya no puede soportar más el testimonio mudo de Dios, que ve las atrocidades de la humanidad, y de ahí nace la necesidad de matarlo. Y es evidente, es lo que habitualmente conocemos por hacer callar. A nosotros nos pasa cuando hemos hecho algo mal, o cuando hemos hecho daño a alguien… hay algo que quema en nuestro corazón, que nos inquieta, y que muchas veces no podemos soportar. Para algunos, con obras mucho mayores, el testimonio en contra de sus aflicciones les ha llevado a la locura, porque finalmente nuestra vida es muy frágil, tan delicada que un desorden de cierta magnitud puede acabarnos.

Vean, el testimonio de muchos y muchas personas de las que se ha cometido abuso infantil hoy repercute en muchos cargos eclesiásticos que ven cómo se les persigue, o se les acordona el terreno. Vemos también como el calor de los muchos defraudados de Bankia, o de los desahucios ilegales también llevan a juicio a los bancos. Vemos como los asesinatos políticos de dictaduras, holocaustos o terrorismo también lleva a juicio y castigo. Y aunque hoy hayamos dicho a algunos psicópatas, ni ellos mismos logran soportar el testimonio de los que matan y les arrancan los ojos. No hay quien soporte esa cruz multiforme.

Pero este tipo de cruz, de la que ya tendríamos que haber aprendido que no deja celebrar, nos impide ser felices, vivir en paz, amarnos con más fuerza, confiar… No creo que el ser humano esté condenado a repetir el asesinato una y otra vez, aunque cierto es que lo parece. Podemos ser capaces de romper la tónica, la inercia y de abrir los ojos a lo que sucede, a lo que nos sucede. Si a todos nos duele mirar a la cruz, dejemos de llevarle gente. A un lado está la cruz, al otro la Pascua, y no podremos celebrar fiesta hasta que dejemos de mirar a la cruz, y miraremos a la cruz creyendo que no hay fiesta.


Mírense, miren al otro, porque ahí está la verdadera fiesta, la verdadera Pascua.

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