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sábado, 6 de junio de 2015

MARCOS 12, 41 LA VIUDA POBRE

MARCOS  12, 41 – 44: Jesús se sentó frente al lugar donde se depositaban las ofrendas, y estuvo observando cómo la gente echaba sus monedas en las alcancías del templo. Muchos ricos echaban grandes cantidades. Pero una viuda pobre llegó y echó dos moneditas de muy poco valor. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta viuda pobre ha echado en el tesoro más que todos los demás. Éstos dieron de lo que les sobraba; pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento.»



Nuestro calendario civil y nuestro calendario religioso deberían tener marcado con permanente un día dedicado a todos los hombres y mujeres cuya vida es como la ofrenda de esta viuda pobre. No sé qué se requiere para beatificar a alguien, pero me parece más que justo comenzar a santificar a tantos ejemplos de vidas que, entre los millones y millones de personas que vivimos en la Tierra, hacen de su ofrenda anónima un derroche de generosidad. Hay que ser muy de Cristo para trabajar en la sombra, para no buscar que te vean y para ofrecer todo el sustento.

Si muchas veces hemos hablado de tantos y tantos voluntarios que ofrecen su tiempo, su dinero, su disponibilidad… hoy traspasamos esta barrera, porque hoy toca hablar de quienes lo dan todo. Claro, nunca se puede desmerecer a nadie porque ayude menos y jamás se debe elogiar a otro porque ayude más. Sólo que este pasaje del evangelio de hoy nos conduce al territorio de quienes ofrecen y donan incluso lo que tienen para mantenerse. No quiere decir que se queden sin nada, sino que lo comparten, y compartir hasta lo más íntimo que tienes es lo que te convierte en una viuda pobre. Compartir y amar están tan estrechamente unidos, que la ofrenda de la viuda es como la regla de oro, y el gran tesoro como el amor al prójimo. Por tanto, vemos un paralelismo entre este pasaje y la vocación cristiana en el amor.

El pasaje en sí, invita a posicionarnos en el fondo del escenario de la vida, como en un segundo plano, como siendo servidores. Es la gran razón del poderío de Cristo, que siendo Dios se hizo siervo y el legado que nos ha dejado, que sirviendo se llega a Dios. Este pasaje, por tanto, es como una hoja de ruta, un camino. No es un orden moral, sino que es una modus vivendi. Más allá de compartir, es darlo todo, es hacer que los demás participen de mi vida porque esta vida es para los demás. Nosotros que somos una Europa de clara educación religiosa y cristiana (ya sea católica, protestante u ortodoxa) ¿en qué momento dejamos de enseñar a ser viudas pobres? Cuándo, viendo la necesidad, empezamos a amarnos más a nosotros mismos? Cuándo caímos en el individualismo? El egoísmo?...

Cuando se invierte el orden natural del sentido de la existencia, que es compartir, que es amar, que es ofrecerse, que es donarse, que es atenderse, que es protegerse, que es … tantas cosas, ocurre que delante de nosotros hay un espejo, y nos miramos, y nos gustamos, y nos ponemos guapos (o guapas), y ese espejo que nos refleja nos termina por hacernos a cada uno separado del otro, porque el espejo sólo es capaz de reflejar una imagen, un atisbo de realidad, un reflejo. Para consolarnos, para entendernos, para acercarnos, para tocarnos… necesariamente hay que traspasar el espejo.


La vida va, también, de traspasos. Hay que traspasar la imagen de la realidad para llegar a la esencia, a la verdad, al corazón… hay que ser, aunque sea un poco, como esta viuda pobre.

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