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domingo, 28 de junio de 2015

MARCOS 5, 21 LA HIJA DE JAIRO

MARCOS 5, 21 – 24: Después de que Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se reunió alrededor de él una gran multitud, por lo que él se quedó en la orilla. Llegó entonces uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se arrojó a sus pies, suplicándole con insistencia: —Mi hijita se está muriendo. Ven y pon tus manos sobre ella para que se sane y viva.  Jesús se fue con él, y lo seguía una gran multitud, la cual lo apretujaba.


El evangelista nos presenta a la enfermedad como sinónimo de la muerte, no sabemos si es una enfermedad física o espiritual, porque uno puede llegar a morir de ambas: la una porque sega la vida, la otra porque nos aleja de ella. Y es que el autor de hoy nos presenta la enfermedad como lo más cercano a la muerte y a Jesús como lo más cercano a la vida. Y nos apostilla de la siguiente manera: que incluso en la muerte, Cristo viene con nosotros. De una manera u otra, el autor presenta a Jesús como la victoria sobre la muerte.

No podemos obviar el proceso de extinción de la vida, su ocaso, la vida es de una belleza extraordinaria pero como la hierba termina secándose, es uno de nuestros límites por naturaleza junto con el espacio y el tiempo, y es además un accidente del ser. Pero lejos de nosotros está muchas veces el comprenderla, pues el final de la vida biológica llega de muchas maneras y también a muchas edades. Y ocurre que también en algunos casos sentimos el desconsuelo de tal desarraigo, porque no tiene nada de trivial llorar la pérdida, incluso no comprenderla (por más que nos hablen de la presencia en la ausencia) y aunque no sabemos qué ocurre luego, por fe lo presumimos. Jesús dirá a la hija: levántate, y con ese acto entendemos lo que sigue a la vida, el levantarse al nuevo existir.

También podemos leer que esta enfermedad que provoca la muerte es de otra índole, quizás por causa de la toxicidad, quizás porque en el corazón se ha cultivado maldad, quizás porque nos consumió el odio… sea como fuere existen otras formas de llegar a la muerte, y no sólo de llegar a ella sino de convertirnos en una especie de cadáver, que deja un rastro de olor (en la familia, en la pareja, en la comunidad). Ante estos muertos hay un camino como el de Jairo, porque antes de llegar a Jesús hemos gastado otros caminos, un centro de desintoxicación, al asistente social, la prescripción médica… pero cómo levantar un cadáver no es cosa fácil llamamos presto a Jesús: corre, ven! Es el llamado final para una situación insostenible, destructiva, agotadora. A estos muertos en vida Jesús dirá: levántate, y con ese acto también entenderemos otro tipo de resurrección, porque aquel que estaba perdido ha vuelto en sí, ha regresado a la vida como un retornado, como un rescatado.

El evangelista nos invita a reflexionar que la vida prevalece ante la muerte, a lo mejor como lo por venir, o quizás como un rescate. La comunidad cristiana tiene un doble deber: el primero es el de acompañar cuando exista proceso de muerte, y el segundo es el de echar las redes al mar de cadáveres para arrancarle a la muerte el derecho a la vida, el derecho de renacer en Cristo.


Jairo es sinónimo de lo que vive y lo que acaba, pero también del deseo de que aún terminando sea en presencia del Señor, que podamos siempre correr nosotros para buscar a Cristo.

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