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martes, 20 de febrero de 2018

LUCAS 11, 29. ALGO MAS GRANDE

 LUCAS 11, 29 – 32Como crecía la multitud, Jesús se puso a decirles: «Ésta es una generación malvada. Pide una señal milagrosa, pero no se le dará más señal que la de Jonás. Así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, también lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Sur se levantará en el día del juicio y condenará a esta gente; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí tienen ustedes a uno más grande que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el día del juicio y condenarán a esta generación; porque ellos se arrepintieron al escuchar la predicación de Jonás, y aquí tienen ustedes a uno más grande que Jonás.


El autor recurre, en este pasaje, a la literatura profética para escenificar la poca estima que los fariseos y demás tenían por Jesús, a quien solicitaban una señal. Es de suponer que si Jesús hubiera dado una señal ellos pedirían otra y otra y otra, sucesivamente. ¿Cuántas veces, ocurre, que para creer en alguien se pide una señal? ¿Verdad? En el amor, sin ir más lejos, cuántas relaciones se suceden cada día bajo la perspectiva de la señal: si dices que me quieres tienes que…, si tanto me amas tendrás que…, no puedo saber que me quieres si no… Y se piden pruebas y más pruebas, un bucle que nunca se sacia.

Tenemos el día de San Valentín, los ramos de rosas, los perfumes, las corbatas, la pluma estilográfica, el maletín, ropa… señales que pretenden demostrar el amor de uno con el otro, o de una con aquel. Tienes que llamarme, que abrazarme, que sacarme, que escucharme, que acercarte… más señales a petición para seguir demostrando amor. Tienes que cambiar esto, que ser así, que ganar más dinero, que estar por tu familia, que prescindir de los amigos/as, que regresar pronto a casa… todavía más señales. Señales y señales y señales… y nunca acabamos porque no son suficientes. Ninguna lo es.

No sé si llamarlo egoísmo, el caso es que al final el ser humano somete al ser humano, lo vemos en lo personal, en lo social, en lo laboral, en lo político, en lo religioso… Se establece una relación de dominio, de deseo y de expectativa. Lo que yo espero, lo que yo quiero, lo que yo necesito… y nunca es suficiente, lo que me contenta por un tiempo tiene fecha de caducidad y cuando llega ese día, se despierta nuevamente el apetito: ÑAM, ÑAM, ÑAM! Somos insaciables, libres y esclavos.

No conozco comportamiento más animal que este desenfreno de relaciones que esperan algo del otro. Existe una persona que demanda, que reclama, que quiere y otra persona que va a la deriva sin poder cubrir lo que de él, o ella, se espera y acaba ahogado/a. Después de una vida de señales aquella relación se rompe y sólo queda el llorar ¿y qué hubo? Quizás hubo estima, cariño, proximidad, complicidad… pero no hubo amor, en tanto una parte tuvo que dejar de ser ella y perdió su identidad, su originalidad.

¿Quiénes somos para hacer sufrir al otro/otra?¿Quiénes somos para reclamar señales? Si Dios nos ama tal y como somos, si Dios no pide señal a nadie, si Dios no coacciona y nos hace originales, si Dios promueve nuestra libertad ¿Por qué existen estas relaciones de dependencia, de interés?

No hay otra señal que yo mismo, no hay otra señal que lo que tu eres. Si es que yo quiero amarte, que lo sea incondicionalmente, por lo que cada uno es, sin pretender ningún cambio, sin pedirte que hagas, que compres, que consigas, que transformes porque no tengo ningún derecho a hacerlo. Incluso si querer lo mejor de ti puede resultar una señal no lo quiero, se lo que eres, vive como eres, ámame como eres.

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