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jueves, 8 de febrero de 2018

MARCOS 7, 24. UNA MUJER EXTRANJERA

 MARCOS 7, 24 – 30: Jesús partió de allí y fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quería que nadie lo supiera, pero no pudo pasar inadvertido. De hecho, muy pronto se enteró de su llegada una mujer que tenía una niña poseída por un espíritu maligno, así que fue y se arrojó a sus pies. Esta mujer era extranjera, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara al demonio que tenía su hija. —Deja que primero se sacien los hijos —replicó Jesús—, porque no está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros. —Sí, Señor —respondió la mujer—, pero hasta los perros comen debajo de la mesa las migajas que dejan los hijos. Jesús le dijo: —Por haberme respondido así, puedes irte tranquila; el demonio ha salido de tu hija. Cuando ella llegó a su casa, encontró a la niña acostada en la cama. El demonio ya había salido de ella.



Es curioso que en los sinópticos, a pesar de la gran profesión de Pedro,  la profesión de fe de los pueblos paganos venga a través de una mujer y que la profesión de los poderosos lo haga a través de aquel centurión. En el evangelio de Juan, en cambio, la profesión de fe correrá a cargo de Marta y María… dos mujeres. El papel de la mujer en el corpus del evangelio tiene un papel fundamental para la comunidad joánica, pero también se deja a entrever en este pasaje que narran los sinópticos y aunque hoy en día el “olor a macho” se va diluyendo en el evangelio, queda mucho perfume aún por derramar sobre la importancia del papel de la mujer en la obra de Dios y en el evangelio de Jesús.

Un dato importante, las mujeres que siguen a Jesús no sólo se encargan de mantener al grupo alimentado sino que además aportan parte del sustento económico que necesitarían, sin duda, para proseguir estos largos viajes alrededor del Mar de Galilea. De entre ellas, otro dato curioso es que eran mujeres con cierto poder adquisitivo y, por tanto, con acceso a la cultura y con una determinada posición social. Que ellas quieran seguir a Jesús nos habla de la autonomía que estas mujeres tenían con sus maridos a diferencia de la corriente de sumisión a la que casi siempre se suele referir respecto del papel de la mujer.

Mujeres cultas, que aportan, que sirven y que también son discípulas. Llamadas y amadas que con firmeza han estado no sólo siguiendo al maestro, sino a sus pies cuando lo crucificaron, motivo por el que podemos ver la gran cercanía entre Jesús y ellas que incluso en aquellas horas estuvieron sirviéndolo. Y este es el ejemplo, que incluso en todo este tiempo de silencio forzado, ellas (mujeres) han seguido comiendo de las migajas que caían de la mesa de una historia que ha tardado en reconocerlas.

De unos cuantos años hacía ahora la situación ha dado un vuelco casi total que ha permitido ir cediéndoles el protagonismo, aquella parte que les fue quitada a causa de la cultura, el dominio… Y hoy en día tenemos muchas teólogas que han aperturado el mundo hacia una nueva sensibilidad en la percepción de ese Dios que es Padre y Madre, dándole al sentido del Amor una plenitud desconocida.

Si yo me quedo dentro de esta interpretación que narra sobre la primacía del pueblo judío sobre los gentiles (o los paganos) y no soy consciente de esta mujer y no alcanzo a traerla al frente, estoy leyendo el pasaje de un evangelio que no es mío.

En la historia de la vida se nos narra que hubo un hombre y una mujer, y que la mujer fue en todo igual al hombre, y que entonces vio Dios que era bueno y dio por terminada la creación. De esta historia del Génesis extraigo la necesidad del uno para el otro, y viceversa. En la historia de la cruz se narra el destino de un hombre que antes de expirar une a un hijo con su madre y a una madre con su hijo.

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