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sábado, 10 de febrero de 2018

MARCOS 8, 11. SIGNO DEL CIELO


 Marcos 8, 11-13: En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo.  Jesús dio un profundo suspiro y dijo: «¿Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un signo a esta generación.» Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.


La fe en la resurrección parte de aquí, que el hombre está destinado a la resurrección a fin de que participe, con la totalidad, de su realidad compleja, en la vida eterna de Dios. Por tanto, necesariamente, se nos abren algunas cuestiones que vamos a ir abordando en aras de esta esperanza.
El Nuevo Testamento proclama, no la inmortalidad del alma, sino la resurrección de los muertos como el gran futuro del hombre después de la muerte. La antropología semita sirvió de material de representación para comunicar a los fieles la novedad de la resurrección del Señor: si Cristo resucitó, entonces nosotros también hemos de resucitar.
Para el Nuevo Testamento vivir en el espíritu es vivir una existencia humana nueva sobre el horizonte de las posibilidades reveladas por la resurrección del Señor. Pues por la resurrección del Señor es el espíritu. Jesús resucitado vive una existencia humana, y por ello también corporal, totalmente determinada y llena de Dios y en total comunión con la realidad.
La vida cristiana es un estar – con – Cristo. Sin embargo, esta vida nueva con Cristo en Dios permanece escondida y sólo será visible en la parusía.
El cristiano a causa de su esperanza, sabe que no hay nada de trágico en el mundo porque cree que nada escapa a Dios. La verdad no está solamente en aquello que es, sino sobre todo en aquello que todavía no es, pero será. La verdad del hombre no está en el hombre como se encuentra hoy, sino en el hombre como será mañana y como ya anticipadamente, fue manifestado en Jesús resucitado.
Leonardo Boff afirma que donde se tiene fe y amor hay esperanza. No una esperanza muerta, o una simple expectativa, sino más bien una esperanza viva y fiel en la resurrección, que no es otra cosa que la total y exhaustiva realización de las posibilidades latentes en el hombre, y que se hacen patentes de acuerdo a su dinamismo de posibilidades de unión íntima con Dios, comunión cósmica con todos los seres. Lo cual supondría la superación de todas las ataduras y alienaciones que marcan toda nuestra existencia terrena en el proceso de gestación, evolución y perfeccionamiento en el amor.

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