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lunes, 5 de febrero de 2018

MARCOS 6, 53. AGUA VIVA

 MARCOS 6, 53 – 56: Después de cruzar el lago, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron allí.  Al bajar ellos de la barca, la gente en seguida reconoció a Jesús. Lo siguieron por toda aquella región y, adonde oían que él estaba, le llevaban en camillas a los que tenían enfermedades. Y dondequiera que iba, en pueblos, ciudades o caseríos, colocaban a los enfermos en las plazas. Le suplicaban que les permitiera tocar siquiera el borde de su manto, y quienes lo tocaban quedaban sanos.



Las plazas eran, antiguamente, el lugar de reunión de cada pueblo. Hoy en día encontramos esta tradición todavía viva en algunos pueblos, sobretodo de interior, en el que tal día se celebra el mercado o tal otro se reúnen los ganaderos y almuerzan… También son un punto de reunión  para los chicos y chicas que entran o salen de clase y, si profundizamos, la plaza es el lugar tanto de lo bueno como de lo malo (los primeros tragos, el primer cigarro, las bandas…). Que alguien hablara en un plaza le otorgaba una cierta autoridad e indicaba que aquella persona gozaba de una determinada condición social. ¿Dónde sino en las plazas podían agolparse a los enfermos para que esperaran a Jesús?

La plaza es, también, el lugar en el que ocurren mis más importantes decisiones, ahí habla la razón mientras escuchan los argumentos y luego discuten. Interiorizar este ámbito geográfico determinado, la plaza, me permite dibujar el escenario de desarrollo de muchos acontecimientos. Incluso propicia un lugar de encuentro con Jesús o con el sosiego final de una jornada que empezó corriendo por las laberínticas callejuelas de esa ciudad extraña que es mi vida.

Jesús fue un hombre de Nazaret que vivió en una región bastante desértica en donde el agua jugaba un papel fundamental. Así que los asentamientos, los pueblos, debían configurarse alrededor de un pozo, o cerca de él. Jesús aprendió algo mientras crecía en el seno de aquella sociedad: aprendió a ser pozo. Jesús aprendió a no acudir de pozo en pozo mientras caminaba, hasta el punto que pasa a ofrecer agua a la samaritana delante del pozo de Jacob: del agua que yo te daré no tendrás sed jamás. Jesús aprendió a ser un pozo al que la gente podía acudir a saciar su sed porque su agua emana vida.

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