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sábado, 2 de junio de 2018

MARCOS 11, 27. VUELA A JERUSALEN

 Marcos 11, 27-33: En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: «Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?»Jesús les respondió: «Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme.»Se pusieron a deliberar: «Si decimos que es de Dios, dirá: "¿Y por qué no le habéis creído?" Pero como digamos que es de los hombres...» (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta.)Y respondieron a Jesús: «No sabemos.»Jesús les replicó: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»


Quién no se ha encontrado en la vida cuestionado por lo que hace, o por lo que piensa, o por como viste, o por como ama. Estamos en un mundo en el que a la mayoría de las personas les gusta hurgar en la vida de los demás, sólo hace falta ver hasta dónde ha llegado el periodismo, por ejemplo, que asedia la intimidad de cualquier persona y casi olvida ya la objetividad profesional. Pero más allá del cotilleo, vivimos en un tiempo en que todo se cuestiona, los padres a los hijos y las hijas a las madres: por un vestido, por un piercing, por los estudios, por la administración de la casa, por las horas, por las tareas… parece que todo el día tengamos un deseo de confrontación, o que nada nos guste. Pero nuestra forma de vivir no tiene por qué sujetarse a lo que los demás quieren y es que hace un tiempo que vengo pensando que quizás estamos perdiendo autenticidad.

Fíjense, es que incluso moverse en lo impersonal y dejarse llevar por la masa no excluye que también lleven tu vida, o tus actos, o tus pensamientos a juicio. Si me dices que quieres vivir toda tu vida sujeto a ir adaptándote a las demandas de los demás, creo que está por demás decirte que, amigo/amiga, no serás feliz y qué pena tirar así el regalo de la vida. El derecho a la felicidad viene a través del derecho a la autenticidad, aunque sabemos que la mayoría de reclamos se esfuerzan por decirte que no, que seas como todos, que lo diferente está en formar parte de la masa… Y todos por todo, somos absorbidos por la globalización, y nos quedan pocas identidades. ¿Quién te da la autoridad para ser feliz?¿para dar amor?¿para ser tú mismo? Hoy, a los fantasmas de siempre se les une el temor a la originalidad, y poco a poco, pregunta a pregunta, nos amedrentamos y estamos algo atemorizados.

Lo más precioso de cada persona está en algo que es diferente al otro, y al otro, y al otro. Cada cual tiene algo que lo hace único y especial, como abrir un regalo, hay sensaciones únicas, colores únicos, expresiones únicas… hay vida que también es única. Nuestra existencia responde a una única posibilidad de ser en todo el cosmos y en esta forma nuestra, no hay otra (probablemente ni la habrá así). Por tanto, hay que recuperar al ser humano para devolverle su autenticidad, porque no pueden terminar más vidas abandonadas en la masa, ni más lápidas sin historia. Por ello tenemos autoridad, autoridad a la felicidad y a la vida, autoridad para ser nosotros mismos, autoridad para no ceder ante el poder del impersonal, autoridad para mostrarnos originales…

No sigan cediendo terreno, no dejen que les sometan, no rompan su identidad. Siempre es buen momento para recapacitar y no dejarse amedrentar por la pregunta, por la cuestión, por el qué dirán, por el qué ocurrirá, o por lo que puedo perder… no den a torcer su hermosura ni vendan su esencia, sean! Y siendo, vivan

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