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miércoles, 2 de septiembre de 2015

LUCAS 5, 1 REMAR HACIA ADENTRO

LUCAS 5, 1 – 6: Un día estaba Jesús a orillas del lago de Genesaret, y la gente lo apretujaba para escuchar el mensaje de Dios. Entonces vio dos barcas que los pescadores habían dejado en la playa mientras lavaban las redes. Subió a una de las barcas, que pertenecía a Simón, y le pidió que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó, y enseñaba a la gente desde la barca. Cuando acabó de hablar, le dijo a Simón: —Lleva la barca hacia aguas más profundas, y echen allí las redes para pescar. —Maestro, hemos estado trabajando duro toda la noche y no hemos pescado nada —le contestó Simón—. Pero como tú me lo mandas, echaré las redes. Así lo hicieron, y recogieron una cantidad tan grande de peces que las redes se les rompían.



Lo miren por dónde lo miren, si vivir es navegar, hay que vivir remando. Esto es, que lo crucial en la vida, aquello que también es inevitable y forma parte de vivir tiene que ver con afrontar los problemas y las realidades que surgen cada día. El mensaje de Jesús no es de huída en ningún momento sino que al navegar invita a dirigirse hacia los problemas (incluso hacia donde no se pesca nada). Y más allá nos hace llevar la barca hacia las aguas profundas, que son las aguas del ser, del interior, del corazón, porque si remamos hacia los problemas, también lo hacemos hacia aquello que nos asusta o que nos paraliza. Remar mar adentro es implicarse en la vida y si Jesús te dice que eches las redes confía en Él y échalas.

Parece como si el evangelista quisiera presentarnos una imagen clara: el mejor lugar para escuchar la Palabra no es entre el ruido del gentío, porque entre tanto alboroto es muy difícil oír. Jesús se sube a la barca, esto es enseñando desde la vida, con algo de separación respecto de los demás, quizás en nuestro interior desde la soledad y el silencio. A pesar que la gente acude, muchas veces no lo hace con la mejor disposición, ¿no nos pasa eso a nosotros también? Cada vez nos escuchamos menos a pesar de hablar más. Cómo escuchar entonces esa voz interior. El problema es que hemos abandonado nuestro propio tiempo, aquel que se necesita para escuchar la salud, las emociones, el corazón… y en lugar del sosiego, la paz o el gozo interior no pescamos nada, ni trabajando durante toda la noche.

Es importante remar hacia lo profundo, porque en la profundidad traspasamos lo más superficial de las cosas, de las relaciones, de la vida… Cuando Cristo sale del sepulcro, sale de los más profundo de un cuerpo físico que estaba muerto y esa misma fuerza que opera en la profundidad es la que resucita a Lázaro o la que convierte a Leví, o la que un poco más adelante en el texto le sirve a Pedro para decirle a Jesús: apártate de mí, que soy pecador! Ahí tenemos que echar las redes.

El ser profundo algo tiene que ver con la plenitud, mientras que el que lava las redes es como el que se lava las manos impuras pero no lava el corazón. Que se rompan las redes! Porque ninguno de nosotros tiene las suyas preparadas para lo que ha de venir a su vida de parte de Dios. Que se rompan! Que rebose la vida, el amor, la esperanza… que la felicidad deshile la red y la gratuidad la muerda. Lleguen hasta el corazón, alcancen su ser interior, escuchen ese Espíritu que habita en ustedes y que los pone en relación con el Padre y con el Hijo, no tengan miedo, vayan a lo profundo!


Por la superficie, la orilla, o donde el agua no cubre todos caminamos, con seguridad, es una zona en la que todo el mundo se maneja, en la que el agua está caliente, a veces se ve a lo lejos alguno que nada y nada hacia lo más profundo, donde el agua ya es fría. Así nuestra vida, todos queremos habitar entre seguridades, pero hay que saber adentrarse en las aguas más frías, en las que no vemos el suelo, en las que nacen misterios, afloran miedos y conquistarlas porque incluso en los lugares inhóspitos está Dios, quien quizás espere allí nuestro encuentro.

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