MARCOS
7, 31 – 37: Luego regresó Jesús de la región de Tiro y se
dirigió por Sidón al mar de Galilea, internándose en la región de Decápolis. Allí
le llevaron un sordo tartamudo, y le suplicaban que pusiera la mano sobre él. Jesús
lo apartó de la multitud para estar a solas con él, le puso los dedos en los
oídos y le tocó la lengua con saliva. Luego, mirando al cielo, suspiró
profundamente y le dijo: «¡Efatá!» (que significa: ¡Ábrete!). Con esto,
se le abrieron los oídos al hombre, se le destrabó la lengua y comenzó a hablar
normalmente. Jesús les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más se
lo prohibía, tanto más lo seguían propagando. La gente estaba sumamente
asombrada, y decía: «Todo lo hace bien. Hasta hace oír a los sordos y hablar a
los mudos.»
Bien, estamos ante la cuarta etapa de nuestro propósito de nuevo curso:
abrirnos. Abrirnos, primero, a la realidad, a nuestro diario, a las cosas que
nos son cotidianas, a las necesidades que existen en nuestra casa, en nuestro
barrio, en nuestra ciudad. Nos abrimos a lo que es más nuestro: la familia,
pues es momento de iniciar un camino en el que va a ser necesario conocernos,
amarnos, apoyarnos y sincerarnos, dando a conocer nuestros anhelos, nuestros
temores, y lo que amamos (que siempre hay que decirlo, no se da por supuesto);
en segundo lugar nos abrimos a la historia, al momento actual y preciso que nos
toca vivir y a todo lo que sucede desde Pekin a Canadá, nos abrimos a esta
crisis de la economía, de la religión y de la persona que atraviesa nuestra
propia vida y a las necesidades que debemos cubrir: erradicar el hambre,
detener la venta de armamento, desnuclearización de los países, aprovechamiento
de las energías limpias, el problema económico… Y por último, y en tercer
lugar, nos abrimos al cosmos, y esto es abrirnos a nuestra pequeñez, a ver lo
diminutos que somos en el vasto universo, oscuro y frío. Somos unos arrogantes
que dicen salir a la conquista del espacio, pero no somos capaces de
conquistar, primero, el corazón. La cosmovisión nos permite ver con humildad
qué papel juega la humanidad, cuántas cosas se nos escapan, o cuántas son
realmente inaccesibles. El ser humano es pequeño, pequeño, pequeño.
Ya saben, abrirse también equivale a cualquier faceta, función, o terreno
de la vida. Es aplicable a la política, pues ante los casos de corrupción, cada
vez más comunes, no cabe sino levantarse en contra, limpiar la cúpula, renovar
las cámaras; existe también en materia bancaria, pues a los bancos hay que
exigirles ya otro tipo de interacción con el mundo y con los seres humanos, se
acabaron las economías invasivas, la usura, los intereses de demora, dejar
recibos como el de luz o agua impagados, o cobrar porque el usuario no tiene un
duro y aunque no le pasemos la luz le pasaremos el mantenimiento de la libreta.
Obviamente hay que aplicarlo a los agentes sociales: abrirse significa dejar de
enriquecerse a costa de las subvenciones y de las listas del paro, de los
cursos fantasma… y significa comenzar a decirle a los poderosos que ya no se
mueve a nadie de su hogar.
Abrirse, hay que hacerlo ante las riadas imparables que huyen de los
lugares de guerra, aunque esto no viene
de hoy sino que viene de cuando les habilitamos esa especie de campamentos, de
zonas de guerra, de campos de concentración en los que estaban confinados,
desde los saharauis a los palestinos, los indios o los sirianos…
Abrirse a la experiencia de Dios, que pacifica, que comunica amor, que nos
hace escuchar, que nos allega a la realidad, que nos permite decidir…. Jesús
quiere abrirte hoy la oída, para que escuches de qué se habla en el mundo, de
qué habla el ser humano, y qué quiere decirte el Padre ante esta actualidad
convulsa. Nuestro cuarto estadio abre el corazón, los oídos, la mente y las
manos: para sentir, para escuchar, para pensar y para actuar.
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