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miércoles, 9 de septiembre de 2015

LUCAS 6, 20 BIENAVENTURADOS

LUCAS 6, 20 – 24: Él entonces dirigió la mirada a sus discípulos y dijo: «Dichosos ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece. Dichosos ustedes que ahora pasan hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes que ahora lloran, porque luego habrán de reír. Dichosos ustedes cuando los odien, cuando los discriminen, los insulten y los desprestigien por causa del Hijo del hombre. »Alégrense en aquel día y salten de gozo, pues miren que les espera una gran recompensa en el cielo. Dense cuenta de que los antepasados de esta gente trataron así a los profetas. »Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya han recibido su consuelo!



Sea por Mateo, o sea por Lucas, encontramos este espacio que es un llamado a la dicha, a la felicidad, a darla (claro) y también a recibirla. Pero mientras escuchaba el comentario esta mañana, sentado, pensé que las bienaventuranzas deben tener diferentes lecturas sea en Oriente, Occidente, norte o Sur… no pueden tener la misma lectura en España que en Nigeria, o Monrovia, o en los campitos de República Dominicana, o en Siria, por ejemplo. Y es algo que me lleva acompañando desde hace un tiempo, que para nosotros es relativamente fácil afrontar estas bienaventuranzas mientras que para muchos, muchísimos cristianos (y no sólo cristianos) no. Quién es capaz de interpretar “felices los hambrientos”??

Todos tenemos gravado aquello de que: al final, todo acabará bien. Lo hemos leído, hablado, compartido e incluso experimentado, pero no es una certeza afirmar que todo tiene que acabar bien. Las bienaventuranzas pueden ser una verdadera utopía en aquellos países donde la miseria y la violencia forjan el diario de una civilización. Nadie debería pasar hambre, nadie debería tener que llorar y a nadie se le tendría que insultar, no desprestigiar por ninguna causa. El evangelista nos reclama gozo, nos pide alegría… es el argumento de un creyente, y de un creyente de los primeros siglos (no se olviden).

Hoy podríamos decir que las bienaventuranzas deberían ser un paso hacia la solidaridad: felices los que ayudan y felices los ayudados porque se aman. En nuestra actualidad no podemos decir: felices los exiliados porque encontraran refugio cuando tenemos a todo ese groso de población transitando por Europa, o hacia Europa; hay mucha hambruna que no será saciada, por lo menos en nuestro tiempo, y hay mucha infelicidad, provocada por la crisis económica y el apetito de bancos, gobiernos y lobys.

Las bienaventuranzas son la meta que todos deseamos alcanzar, o entregar, o satisfacer, o ayudar a llegar, pero las bienaventuranzas son a día de hoy un punto de reflexión para la Iglesia y para cualquier creyente, en general: hay que asegurarlas, hay que garantizarlas. No podemos predicarlas nunca más sino está en nuestra labor el luchar por su cumplimiento, el ayudar a su cumplimiento. Jamás relativicen ese “felices los que…” por respeto y por amor, no sean insensibles al momento que vivimos porque es tiempo de dolor y en tiempos de guerra sólo cabe luchar y luchar por la felicidad en este caso.


Ser bienaventurado es implicarse, mojarse, atreverse a tender la mano, a sacar el resto, a poner su grano de arena. No sé en qué otra clave hay que leerlas, compartirlas o interpretarlas sino a favor del ser humano, por eso no cesen y ayuden bienaventurados porque en su mano está que no haya hambre, ni llanto, ni insulto. 

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