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viernes, 29 de septiembre de 2017

JUAN 1, 47 UN BUEN LIO

 Juan 1, 47 – 51: Aquí tienen a un verdadero israelita,  en quien no hay falsedad. --¿De dónde me conoces?  --le preguntó Natanael.  --Antes que Felipe te llamara,  cuando aún estabas bajo la higuera,  ya te había visto. --Rabí,  ¡tú eres el Hijo de Dios!  ¡Tú eres el Rey de Israel!  --declaró Natanael. --¿Lo crees porque te dije que te vi cuando estabas debajo de la higuera?  ¡Vas a ver aun cosas más grandes que éstas!  Y añadió: Ciertamente les aseguro que ustedes verán abrirse el cielo,  y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.


Si hablamos de creer en cosas grandes qué duda cabe que nos llevamos la palma. Ciertamente hay cosas descabelladas dentro de la fe cristiana. Acontecimientos, dogmas o esperas que parecen más de locos que de cuerdos, sin entrar en mayor detalle. En este caso, escondida queda la espera mesiánica de tiempos de Jesús en que el pueblo esperaba aquel libertador político y social que sacara el yugo de los creyentes al que, desde mucho tiempo atrás, los tenía oprimidos.

En el Evangelio de Juan se mezcla lo mesiánico, lo apocalíptico y lo escatológico entre tradiciones que alcanzamos a vislumbrar en la redacción del cuarto evangelio.
Natanael espera al Mesías, como Felipe, cuando identifica al Rey de Israel. De otro lado, la imagen que nos deja el evangelista en boca de Jesús parece tener otro carácter más apocalíptico, ángeles que suben y bajan, signo de una nueva Teofanía. Pero también, finalmente, el texto encierra una imagen escatológica, que es la instauración del Reino de Dios, la plenificación de los tiempos.

Todo un poco complicado, no? Si a ello le sumamos el influjo helenista con que la interpretación se fue conformando más allá del mundo semita podría pasar, por qué no, que nos estallara la cabeza. Porque… qué y cómo creer? Qué esperar? En qué poner nuestra esperanza?

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