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sábado, 2 de septiembre de 2017

MATEO 25, 14. EN UN PAÑUELO

  MATEO 25, 14 - 19: El reino de los cielos será también como un hombre que, al emprender un viaje, llamó a sus siervos y les encargó sus bienes. A uno le dio cinco mil monedas de oro, a otro dos mil y a otro sólo mil, a cada uno según su capacidad. Luego se fue de viaje. El que había recibido las cinco mil fue en seguida y negoció con ellas y ganó otras cinco mil. Así mismo, el que recibió dos mil ganó otras dos mil. Pero el que había recibido mil fue, cavó un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo volvió el señor de aquellos siervos y arregló cuentas con ellos.


El evangelio de hoy parece que nos hable de tres casos de personas, como en la parábola del sembrador plantea también otras tres situaciones. Creo, pero, que en este caso no hay tres personas, ni tres situaciones, sino dos opciones que se pueden dar, y se dan, en la misma persona. Si el Reino está en nosotros, si Cristo viven nosotros, habrá que analizar esta comparación de un modo más personal, íntimo, pues todos tenemos talentos y todos, por lo menos alguna vez, lo escondemos en un pañuelo.

Pablo escribirá al hilo cuando hable de los dones espirituales, aunque también cuando exponga sus hayes. Una vez más lo bueno y lo malo, lo que hago o dejo de hacer, repercute en el impacto del Reino ad intra y, también, ad extra. Todos sabemos invertir en nuestras cualidades. Todos somos solventes en aquello que se nos da bien. Cada cual, por supuesto, sabe sacarle partido a sus dones. Invertir en lo mejor de cada persona siempre deja un rendimiento propio y para los demás. No obstante cuando nos hallamos ante las carencias somos, casi, de los que quisieran esconderlas en un hoyo. Y como somos delicados y no queremos que se descubran las guardamos en un pañuelo.Pero, ¿esas carencias no pueden ser virtudes también?

El Evangelio nos diría que no las escondiéramos, porque el Reino es de los pobres, de los que lloran, de los que son como niños, de los humildes... Y de los que se equivocan, de los que sienten temor... Así, la clave estaría en la reinversión. La llave estaría en gastar. Si doy lo mejor de mí y, a veces incluso, saco lo peor de mí, qué temor a intentar ofrecer ese único talento? Nom será mejor ejercitarlo hasta aprender? Gastarlo hasta que produzca otro? Ofrecerlo hasta hacerlo tesoro?

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