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viernes, 15 de septiembre de 2017

JUAN 19, 25. AL CUIDADO

 Juan 19, 25 – 27: Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.


Pienso en las veces que partimos, que marchamos de algún lugar. El pasaje de hoy nos evoca de alguna manera a la parábola del buen samaritano, en el momento que deja al herido a cargo del mesero y le dice: cuídamele. Qué duda cabe que si en el itinerario cristiano tan importante es el seguimiento, como el amor, como la tensión y la vigilancia, también ocupe un lugar de privilegio en el decálogo del discípulo la acogida. Y la acogida como gratuidad.

Entiendo que muchas veces es fácil olvidarse de ella. Quizás seamos conscientes en el momento de una llegada, cuando alguien nos visita o, por ejemplo, cuando acogemos a un viajante, a un necesitado, a un familiar… Pero me da por pensar que no somos tan conscientes en las despedidas, cuando unos u otros marchan.

Tanto el buen samaritano como Jesús se van, pero a los dos les preocupa la posición de aquel al que dejan en ese determinado lugar. Marchar, en definitiva, siempre implica desamparar a quienes han vivido con nosotros, o a quienes hemos llevado a un lugar, a una comunidad… Por tanto no cabe sino preguntarnos, ¿qué va a ser de ellos con nuestra marcha? Y, por consiguiente, adoptar esa misma actitud de Jesús para pedir que como Él ha vivido con el discípulo lo haga ahora su madre. O como el samaritano, que como él ha cuidado del caminante lo hagan, también, en su ausencia.

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