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miércoles, 6 de septiembre de 2017

LUCAS 4, 38. MANDANGAS

 LUCAS 4, 38 – 43: Cuando Jesús salió de la sinagoga, se fue a casa de Simón, cuya suegra estaba enferma con una fiebre muy alta. Le pidieron a Jesús que la ayudara, así que se inclinó sobre ella y reprendió a la fiebre, la cual se le quitó. Ella se levantó en seguida y se puso a servirles. Al ponerse el sol, la gente le llevó a Jesús todos los que padecían de diversas enfermedades; él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó. Además, de muchas personas salían demonios que gritaban: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero él los reprendía y no los dejaba hablar porque sabían que él era el Cristo. Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar solitario. La gente andaba buscándolo, y cuando llegaron a donde él estaba, procuraban detenerlo para que no se fuera. Pero él les dijo: «Es preciso que anuncie también a los demás pueblos las buenas nuevas del reino de Dios, porque para esto fui enviado.»


Voy a ser partidista. Y lo voy a ser hoy porque, sencillamente, la Iglesia está tan politizada que puestos a dar opiniones uno ya no puede ser imparcial ni objetivo. Bien, objetivos no lo somos nunca siendo sinceros. Lo cierto es que, visto lo visto, cada vez menos creyentes se atreven a llevar a ningún enfermo a los pies de Cristo. Esto lo vemos cada vez más en las pastorales de la sanidad a pesar del gran trabajo de los camilos, por ejemplo, y otras personas que realizan la pastoral con amor y dedicación por los demás. En números, pero, cada vez menos personas estiman necesitar ese apoyo espiritual específico o recibir el sacramento de la unción. En situaciones, cada vez hay más problemas con las voluntades y con las familias que se oponen a este encuentro religioso. En vida, o se trata de un lugar específicamente cristiano o el servicio en si casi no se tiene en cuenta. Esta, por lo menos, es mi constatación.

En el plano parroquial, algo parecido. Si en la parroquia hay un buen ministro, que sea pastor afable, cordial, cercano, acogedor… quizás alguno todavía traiga a otro. Si en ese mismo ámbito local encontramos a un pastor de oficinas, áspero y con actitud de poder… olvídenlo. Son las dos opciones que nos encontramos en la Iglesia local, atracción y rechazo en un tanto por ciento desigual que afecta no sólo a la comunidad o a las personas sino, y es grave, a Cristo mismo, señal de devoción para unos y de decadencia para otros.

Hace ya mucho que no veo poner las manos sobre nadie. Lo he visto y es precioso, pero se dan tan pocos casos que no puedo salir de mi estupor. Bien, lo verán en bautismos y en confirmaciones incluso en alguna unción… pero es tan escaso, o el fin es tan mediocre que no hablamos de lo mismo. El gesto espiritual y de fraternidad, de amor, entre el Señor y los suyos apenas es ya como un recuerdo de infancia del que recordamos su olor, cierto, pero como desvaneciéndose ante tanta politización.
Luego, además, nos vienen con que no pueden decir, o votar que si una cosa u otra… que si corresponde a los laicos, que si mandangas de todo tipo… Y a quién engañan?

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