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domingo, 17 de septiembre de 2017

MATEO 18, 21. DEUDAS

 MATEO 18, 23 – 35: Por eso el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al comenzar a hacerlo, se le presentó uno que le debía miles y miles de monedas de oro. Como él no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. El siervo se postró delante de él. “Tenga paciencia conmigo —le rogó—, y se lo pagaré todo.” El señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad. »Al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas de plata Lo agarró por el cuello y comenzó a estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, le exigió. Su compañero se postró delante de él. “Ten paciencia conmigo —le rogó—, y te lo pagaré.” Pero él se negó. Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda. Cuando los demás siervos vieron lo ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a contarle a su señor todo lo que había sucedido. Entonces el señor mandó llamar al siervo. “¡Siervo malvado! —le increpó—. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” Y enojado, su señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que debía. »Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano.


De un modo u otro todos estamos en deuda con alguien. Podría decir también que todos, como humanos, también estamos en deuda con la Tierra, con la historia y, como no, con quienes vienen detrás nuestro. Curiosamente, esto del perdón de corazón parece que nos pasa un poco de largo y, quizás, sólo quede reservado a algunos ingenuos que siguen dándose a los demás con gratuidad y honestidad. En un mundo deudor como el nuestro el perdón se ha convertido en una rareza.

Vemos como en la sociedad las instituciones, estamentos, administraciones, empresas, bancos… no dejan lugar para el perdón de las deudas. Vemos cómo se ahoga a las personas, como se las desahucia, cómo se las empobrece y cómo no se hace nada al respecto a pesar, no obstante, de que en cierta medida nosotros sí hemos tenido que perdonar sus excesos recuperándolas con dinero público. Un dinero que nunca se devolverá.

Vemos por igual cómo se sigue vendiendo armas, cómo se embarga el futuro de países más pobres, cómo llega una mísera parte de ayuda humanitaria o cómo se especula con la naturaleza y el ecosistema. En muchos de estos casos no habrá opción al perdón porque el daño hecho es irreparable.

A la pregunta, qué hacer? No le sigue una respuesta coherente. No puede seguirle porque el mundo está hecho según los intereses de unos pocos. No hay opción porque el entramado legal es costoso y cansino. Pero tampoco puede hacerse porque, a pesar de la mayoría religiosa de la población, no hay voluntad ni de perdón, ni de cambio.
Ya no se trata de entender cómo vaya a tratarnos el Padre celestial, sino cómo queremos tratar nosotros esta realidad que nos aleja del perdón, de la misericordia y del amor.

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