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lunes, 7 de mayo de 2018

JUAN 15, 26. ESPIRITU QUE TESTIFICA

 JUAN 15, 26 – 27»Cuando venga el Defensor, que yo les enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él testificará acerca de mí. Y también ustedes darán testimonio porque han estado conmigo desde el principio.



Tenemos el privilegio de coexistir con toda la vida de este planeta especial que nos sirve de escenario a lo largo de todo nuestro itinerario vital. Y digo esto un poco porque si bien podemos agradecer la vida, lo cierto es que aprovechamos muy poco, y mal, lo que Dios nos ha dado o como diría el Génesis, nos ha puesto en mayordomía. Ayer hablábamos de todos estos descubrimientos que aparecen en las universidades a favor de una energía sostenible y no logran ver la luz a causa de los grandes intereses económicos.

Con el Espíritu Santo pasa algo parecido. Cuando Jesús expira en la Cruz, regresa el Espíritu al mundo para que actúe en favor nuestro y como fuerza que se expande del amor trinitario (según pensaba San Agustín). En lenguaje más nuestro diríamos que al ser humano se le ha gratificado con innumerables posibilidades que no sabe aprovechar, o que no sabe gestionar, o que no quiere hacerlo. Pablo dirá en la carta a los Romanos que el ser humano es inexcusable ante la gloria de Dios que se manifiesta en el mundo, y desde una óptica un poco panteísta, nadie puede negar a Dios a partir de la creación. Pero Cristo nos deja un testigo aún más próximo a la gloria divina que viene a disposición nuestra, el Espíritu, que además viene como Ayudador, Defensor, Consolador, Abogado, es un gran don.

Pocas veces hablamos del Espíritu Santo, pero deberíamos tener en cuenta que es un maestro interior que nos conduce a la verdad de Cristo (testifica) y nos ayuda a comprender lo que Jesús decía, es lo que llamamos inspiración, y nos instala en lo que somos. Nos permite ser y ser amor, y nos proyecta hacia el mundo como testigos de aquel que proponía el amor a los enemigos, al hermano y a Dios. Por tanto, vivo para los demás. Este Espíritu, que se mueve en la comunidad, es lo que nos ayuda a compartir la vida, gozar de la amistad, integrarnos en las personas o celebrar el ágape, o estar en paz. Quizás es que damos muy poco espacio al Espíritu cuando las cosas son tan distintas a esa celebración. Si decimos que es amor, necesariamente debe existir una acción entrañable sobre nuestro prójimo, y si esa acción no vive no hay amor.

Esta vida en el Espíritu, además, es voluntaria y se da libremente, porque si es acción para los demás (entrega), no puede existir coacción alguna. Lo esencial del Espíritu nace de la actitud disponible y generosa del Cristo que decide entregarse, por ello el testimonio venidero necesariamente también pasa por ser don. Por tanto, el Espíritu es en algún modo una forma de perfeccionar amor, o de plenificarlo.

Hablamos muchas veces de ser testigos de Dios, o testigos de Cristo y nos olvidamos que aquel que posibilita testificar que es este Espíritu Santo. La vida en el Espíritu dicen que es efusión, y lo contrario a la efusión es el apagamiento. No podemos vivir la vida con la luz apagada, a tientas, golpeándonos con la vida porque no vemos, porque está oscuro, porque estoy ciego, necesito encender la luz.

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