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lunes, 14 de mayo de 2018

MARCOS 16, 15. ASCENSION

 Marcos 16, 15 – 20Les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura. El que crea y sea bautizado será salvo, pero el que no crea será condenado. Estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán en nuevas lenguas; tomarán en sus manos serpientes; y cuando beban algo venenoso, no les hará daño alguno; pondrán las manos sobre los enfermos, y éstos recobrarán la salud.» Después de hablar con ellos, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Los discípulos salieron y predicaron por todas partes, y el Señor los ayudaba en la obra y confirmaba su palabra con las señales que la acompañaban.


El culmen del itinerario de Jesucristo, encarnado y resucitado, lo tenemos en la ascensión. Jesús regresa a su origen, desde donde descendió para irrumpir en la historia de la humanidad acercando la salvación que Dios ha querido para los hombres y mujeres que lo aceptan. Jesús asciende al Padre y comisiona a los discípulos en quienes el Espíritu Santo soplará el día de Pentecostés. 

Esta comisión podría, también, llamarse voluntariado (aunque un voluntariado cristiano) porque en este pasaje se asume la capacidad de transmitir y actuar a favor del mundo sin pedir nada a cambio. Cuando esto no sucede hemos comprobado cómo se empobrece la sociedad, en cambio cuando habita esta dimensión más solidaria, más dedicada, allí repercute esta acción del amor, de quienes lo dan y a quienes les es dado. Esta comisión se empieza viviendo en la amistad, en la que tenían los unos con los otros como vivieron siendo el grupo de Jesús. Será desde el estilo de vida comunitaria y gratuita establecido a lo largo de los tres (creemos) años de convivencia con el Cristo que arranca esta forma de entender al mundo, y a quienes viven en él.

La comisión vive cuando ésta comunidad de amigos se empieza a extender, y conforme se va dando cabida a nuevos miembros, a nuevas formas de vida, a otras maneras de entenderlo todo, incluso con la evangelización a los paganos (desde la que empezarán a convivir con diferentes valores). Pero esta es la máxima del comisionado, que siendo testigos del amor de Jesucristo, aprendan a convivir con los demás, y fruto de esa convivencia el deseo de los otros de formar parte. Y esto implica para aquel grupo íntimo despertar los sentidos, abrirlos, pues hasta entonces vivieron impregnándose de Jesús. Nadie ha hecho nada para existir y sin esta base no hubiera sido posible avanzar. Jesús nos enseña algo importante, que si soy, soy gracias a los demás. Y sin los otros nada soy. Porque el amor, cuando se queda para mí, termina por desaparecer como esencia de amor y se convierte en narcisismo. Así como la relación entre Dios y Cristo se extiende hacia la creación, nuestro amor se extiende hacia los demás, aún cuando nos han hecho daño. Esta comisión discipular es para entregarse a los demás, no a ellos mismos.

¿Qué pasaría si no hubiera necesidad? Pues que terminaríamos siendo una sociedad muerta, y perderíamos ese ser frágil que nos constituye. Por eso esta comisión viene por la necesidad y la fragilidad del ser humano por quienes Jesús había dado su vida. Y como los cristianos hemos recibido tanto, y tantas veces, de Dios nuestra respuesta natural debe seguir siendo el amor, el darlo y el recibirlo. El veneno de las serpientes es la frivolidad, el desamor, la fatiga humana, por eso nos dice el evangelista que no nos pasará nada, si damos por generosidad, por pura gratuidad. La comisión no es por nosotros sino por quienes no nos conocen, y por los que nos tienen que conocer.

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