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miércoles, 16 de mayo de 2018

JUAN 17, 11. NO LOS QUITES DEL MUNDO

 JUAN 17, 11 – 19Ya no voy a estar por más tiempo en el mundo, pero ellos están todavía en el mundo, y yo vuelvo a ti. »Padre santo, protégelos con el poder de tu nombre, el nombre que me diste, para que sean uno, lo mismo que nosotros. Mientras estaba con ellos, los protegía y los preservaba mediante el nombre que me diste, y ninguno se perdió sino aquel que nació para perderse, a fin de que se cumpliera la Escritura. »Ahora vuelvo a ti, pero digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo, para que tengan mi alegría en plenitud. Yo les he entregado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy yo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.


El tono que utiliza el evangelista para exponer la oración de Jesús denota que nuestro Dios no es “Ex Machina”, a diferencia de concepciones romanas y helenísticas. Podría parecernos que estamos en un tablero y que Jesús pide al Padre que mueva a unos a un lado, a otros al contrario, a Él a las alturas y al maligno a lo profundo del infierno. No hay ninguna estrategia, no debe haber ningún misterio que presuponga una jugada, o la decisión de Dios. El evangelista recoge los deseos de Jesús en esta oración para que el Padre le conceda la petición, pero no ocurre así, o por lo menos no al cien por cien. La historia de la cristiandad hasta nuestra era se mezclará con el mundo y quedará muchas veces expuesta al dilema del mal. Algunos incluso discutirían cual grado de protección.

Cuando el maestro deje de estar con ellos, y después de Pentecostés (que sepamos), comienzan las persecuciones y los discípulos quedan expuestos, amados y odiados, acogidos y repudiados por un entorno que a veces se mostraba abierto y otras, en cambio, hostil. Si Dios fuera una máquina, las palabras del Cristo habrían sido definitivas y no hubiera espacio para la libertad, tal como el programador determina hubieran vivido probablemente en el Olimpo, compartiendo mesa, fruta y música con Zeus y Afrodita.

Aunque ello no quiere decir que la oración del Cristo no fuera eficaz, eso no lo digo. Como tampoco niego que fuera eficaz. Pero sí atendamos nosotros, la comunidad de hoy, a que en la vida estamos completamente expuestos a goza y sufrir, a reír y llorar, a querer y hasta a odiar, y por más oración que se eleve la vida cruza por donde tiene que tirar. Bien, la oración hay que vivirla desde nuestra humanidad, y entenderla en el contexto de la vida de ellos y de la nuestra. El cometido del Cristo orando al Padre momentos antes de llegar al zénit de la crucifixión es el aliento que nos deja a nosotros para avanzar, para perseverar, para proseguir, luchar, intentar, permanecer, consolar, amar. El maligno es la desesperanza ante las muchas pruebas y situaciones que nos viene a diario: cuando una familia se queda sin techo, cuando un niño muere de hambre, cuando la tragedia del holocausto se ceba con la vida, o cuando el ser humano está partido.

La experiencia de esta oración la cumplen y la han cumplido muchos de ustedes cuando delante de lo inminente han decidido entregarse y cuidar de los demás, o de los suyos. No importa si a más o a menos, si fue Casaldaliga o fueron mis padres, cuando hicieron viva esta oración, porque nos enseñaron con su sacrificio a cambiar las cosas. 

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