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viernes, 18 de mayo de 2018

JUAN 21, 20. TESTIMONIO

 JUAN 21, 20 – 25Al volverse, Pedro vio que los seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había reclinado sobre Jesús y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que va a traicionarte?» Al verlo, Pedro preguntó: —Señor, ¿y éste, qué? —Si quiero que él permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme no más. Por este motivo corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no dijo que no moriría, sino solamente: «Si quiero que él permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?» Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y las escribió. Y estamos convencidos de que su testimonio es verídico. Jesús hizo también muchas otras cosas, tantas que, si se escribiera cada una de ellas, pienso que los libros escritos no cabrían en el mundo entero.


Jesús hizo muchas cosas, algunas las conocemos más o menos a la luz de los evangelios, que interpretaron pasajes de la vida del Rabí según el mensaje que cada uno de ellos quería dar, ya fuera a los creyentes o a sus comunidades. Como la escritura ha sido un bien escaso en las culturas primitivas, las recopilaciones de textos sobre Jesús que han llegado hasta nosotros sólo presentan a Jesús dentro de un marco teológico determinado, no sabemos de su infancia, ni de su adolescencia, ni de muchos aspectos de su día a día, relaciones personales, gustos... Por tanto, más que biografía, lo que leemos es un mensaje que quiere justificar algo, en el caso del evangelio de Juan, que Jesús es el Hijo de Dios.

Al final, y sucede igual en la vida, nos quedamos cada uno con la historia que queremos contar. Tenemos a mano olvidar hechos, pulir aspectos personales, engrandecer o no un determinado suceso, o establecer un itinerario de sucesos que nos llevan a un punto culminante en nuestra historia. Por eso, hay muchas noticias alrededor de la figura de Jesús que no tienen ninguna relevancia: que si han encontrado sus huesos, que si era rubio, delgado, con barba, que si estaba casado, que si fue rabino…, todo esto carece de importancia para los evangelistas, que quieren transmitir un mensaje.

Fijémonos en nuestra sociedad: en política, lo último que miramos es el mensaje del candidato, y todas las miradas van a sus cuentas, a su aspecto, a si se saluda o no con aquella candidata, si insulta, o si cae bien… Y mientras la campaña sucede entre pasarelas, ¿ustedes conocen sus programas?¿Cómo van a hacer lo que prometen? Es inaudito, parece que no hay debates sobre lo importante sino sobre el aspecto, lo superficial. Lo mismo pasa con el deporte, o con el trabajo y el número de parados, o con las previsiones y la ocupación hotelera, o…

Creo que podemos ver perfectamente la distancia que hay entre los evangelios y nuestra realidad vivida, que nos separa de lo esencial para llevarnos al terreno de la pompa, como si después fuera más fácil distraernos con cualquier animalada. En lo superfluo no hay nada que merezca la pena conocer, como en las relaciones de verdad lo importante es dar a conocer lo más íntimo de cada uno, precisamente para mostrar lo más esencial de nosotros mismos, nuestro cuerpo desnudo.

Un telediario tiene muchas cosas que contar, muchas imágenes, muchos testimonios, mucho impacto, muchos desastres, muchas victorias… Pero lo más esencial que ocurre en el día a día queda vetado, y rara vez logramos acceder a la información de verdad, la que no está pintada según los intereses políticos. Y pasa el noticiero, y a fin de cuenta sólo nos enteramos de lo que ellos quieren.

El mensaje del evangelio es claro: Jesús, verdadero Hijo de Dios, entregando su vida por nosotros nos hace herederos de la salvación de Dios. Y a partir de aquí podemos dar vuelta sobre vuelta.

Y el mensaje del mundo, ¿cuál es?

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