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martes, 8 de mayo de 2018

JUAN 16. SI ME VOY

 JUAN 16, 5 – 11Ahora vuelvo al que me envió, pero ninguno de ustedes me pregunta: “¿A dónde vas?” Al contrario, como les he dicho estas cosas, se han entristecido mucho. Pero les digo la verdad: Les conviene que me vaya porque, si no lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes. Y cuando él venga, convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio; en cuanto al pecado, porque no creen en mí; en cuanto a la justicia, porque voy al Padre y ustedes ya no podrán verme; y en cuanto al juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado.




Podemos decir a la luz de este Misterio, que hay todo un proceso para intentar comprender al Dios que da la vida, al Hijo que la acoge encarnándose y al Espíritu que nos ayuda a compartir esa vida. Y en la transición de la acogida del Hijo, necesariamente encontramos la entrega eficaz en la Cruz, que es el signo primero que nos enseña a compartir la vida. Y se sucede una especie de dirección de consolación desde el cielo hasta la tierra que regresa al reino celeste con la resurrección dejando así abierta la comunicación entre los dos reinos con la acción del Espíritu de amor.

La imagen del Espíritu más plausible es por la respiración, mientras inspiramos y expiramos sabemos que tenemos vida. De ahí que al Espíritu de Dios se le llame aliento de vida. Para nosotros lo evidente es que naturalmente respiramos y por esa respiración se manifiesta el Espíritu. Si nos acercamos mucho a una persona para hablar con ella, para comunicarnos, somos capaces de percibir ese hálito del otro. Podríamos decir que es un momento en el que conscientemente podemos ver que comunicamos vida. Puestos delante de un espeja, o de una ventana en un día frío también nos hacemos conscientes de esa representación.

Para mí, como creyente, hacer presente esta respiración es hacer presente la presencia de Dios en mi vida por medio de su Espíritu. Esto implica el reconocimiento de que no estoy solo y que la presencia de Dios actúa en mi vida, acompañándome desde lo más hondo de mi ser, en ese espacio interior que nosotros llamamos alma. Y desde esa habitación profunda la evidencia de su proximidad la encuentro en la respiración y en la comunicación, mía y con los demás. Me hago consciente por medio del vivir de la existencia del viviente.

Y quién es el que le pregunta “¿a dónde vas?” Hoy el evangelio nos enseña a tomar conciencia de la unión habitable de nuestra humanidad con lo trascendente y nos propone sondearlo y descubrirlo, a este Amor que se hace cercano y vívido en lo más evidente de nuestro existir.   

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