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lunes, 3 de julio de 2017

JUAN 20, 24. DE TOMAS A NOSOTROS

 JUAN 20, 24 – 31: Tomás, al que apodaban el Gemelo, y que era uno de los doce, no estaba con los discípulos cuando llegó Jesús. Así que los otros discípulos le dijeron: —¡Hemos visto al Señor! —Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré —repuso Tomás. Una semana más tarde estaban los discípulos de nuevo en la casa, y Tomás estaba con ellos. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró y, poniéndose en medio de ellos, los saludó. —¡La paz sea con ustedes! Luego le dijo a Tomás: —Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe. ¡Señor mío y Dios mío! exclamó Tomás. —Porque me has visto, has creído —le dijo Jesús—; dichosos los que no han visto y sin embargo creen.  Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.


¿Quién no ha tenido, o tiene, interrogantes respecto de Jesús, Dios, la resurrección, la fe… u otras tantas cuestiones en su caminar cristiano? Como en la primera comunidad, como en la vida cristiana emergente, así como en esta etapa que nos corresponde a nosotros caminar, las preguntas que envuelven estas cuestiones primitivas no dejan de asombrarnos, de sobrecogernos, de interpelarnos e, incluso, de empujarnos. San Agustín, como Santo Tomás,  ya dijeron aquello que Dios está en lo incomprensible. Si lo comprendes, dijo Agustín, no es Dios. Y a pesar de ello, de repetirlo una y otra vez, todavía seguimos tratando de asemejarlo todo al capítulo de Tomás en el Nuevo Testamento, o al de Job en el Antiguo.

Hoy decimos que las manos y los dedos de aquel Tomás podemos ponerlos, nosotros, en la vida de nuestras hermanas y hermanos. Puede ser la clave hermenéutica del momento. Por el contrario, ello no nos lleva a la experiencia de la resurrección sino al encuentro con el otro, con la humanidad del otro. Por tanto, podría decir que la resurrección del Cristo me lleva a mí, ser humano, a tocar la realidad del otro. Quizás todo sea demasiado cárnico pero, entiendan, qué otra experiencia tangible me puede quedar?

La resurrección del Cristo es primera, única, inigualable e irrepetible. También es incomprensible, inefable, inalcanzable. Quizás, por ser, sería imaginable o transmisible. Creer, pues, no es un ejercicio de ortodoxia o de dogmática. En todo caso es una experiencia que nos trasciende hacia lo desconocido que intuimos. Algo en lo que confiamos. Pues lo más cercano de Dios que tenemos nosotros somos nosotros mismos.

La experiencia de Tomás nos adentra hoy en el campo de la duda. No de una duda mala que pueda llevarme a perder la fe, sino la de una que quiere respuestas, como buscadores, como de aquellos que quieren comprender y eso nos abre a la vida, que es descubrir, aprender, transmitir, respetar…

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