Translate

viernes, 28 de julio de 2017

MATEO 13, 18. SOYS MUY MALOS

 MATEO 13, 18 – 22: Escuchen lo que significa la parábola del sembrador: Cuando alguien oye la palabra acerca del reino y no la entiende, viene el maligno y arrebata lo que se sembró en su corazón. Ésta es la semilla sembrada junto al camino. El que recibió la semilla que cayó en terreno pedregoso es el que oye la palabra e inmediatamente la recibe con alegría; pero como no tiene raíz, dura poco tiempo. Cuando surgen problemas o persecución a causa de la palabra, en seguida se aparta de ella. El que recibió la semilla que cayó entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de esta vida y el engaño de las riquezas la ahogan, de modo que ésta no llega a dar fruto.


La parábola del sembrador tiene múltiples lecturas. A nadie hay que explicarle la parábola puesto que, primero, ya la explica el propio evangelista y, segundo, cada año cae por lo menos tres veces. Puestos a darle otra vuelta de tuerca, hay una semilla que también se esparce y que el sembrador echa directamente entre los espinos y los cardos. No por el engaño de las riquezas y las preocupaciones de este mundo sino por el engaño que desde la fe profesada se le trata de inculcar. Hablo, por ejemplo, de la encrucijada en la que se encuentra el cristiano ante el tema del pecado. ¿Hay algo que ahogue más al cristiano que el problema de la culpa, de su gran culpa? Ciertamente puede ser un tema espinoso y lo planteo desde el más profundo respeto, pero hay que lanzar ya un aviso a navegantes: no nos hagan tan miserables.

La semilla de pecado, como semilla moral, nos sitúa cercanos al tema del bien y del mal. Limita a la persona en ese terrible dualidad de lo bueno y lo malo. Pero no en lo intrínseco de la acción que va a realizar y de lo que se masca en su conciencia, sino en la naturaleza misma del ser humano, manchado, camino de la injusticia. Somos desacralizados, desnaturalizados y, para más inri, marcados bajo el estigma del pecado. Más que felices y bienaventurados estamos hechos unos miserables.
La semilla del pecado se ha esparcido y se sigue esparciendo como necesaria ante una comunidad que, en la celebración, ya empieza reconociendo su gran culpa. Golpes en el pecho que se fraguan desde la creencia que hemos ofendido a Dios y al prójimo.

Al prójimo seguramente lo habremos podido ofender, claro que sí. Aunque para ello tenemos la opción de pedir perdón. Algo bastante simple que de darse y recibirse hace una dinámica humanizadora.

Con lo de Dios hay un problema más de fondo, teológico, sobre el que nos remitimos desde relatos mitológicos, tejidos para tratar de explicar a aquellas sociedades antiguas una dinámica de mal y de dolor ante el Dios egoísmo, o el Dios vanidad, que vive en nuestro interior. Para ello se evoca al relato del Génesis y a la Torre de Babel, que constituyen dos relatos de pecado original. Así, también, se separa lo sagrado de lo profano y se explica la relación del ser humano con el Trascendente en términos de transgresión/castigo, expiación/gracia. Pero todo esto nos llevaría a muchas líneas y quisiera ir terminando.

Dejen de esparcir esta semilla de pecado; dejen de hacer de la persona un ser miserable. Cada golpe en el pecho es distancia con ese mismo Dios que dicen es Padre de Misericordias. Cada yo pecador, cada nueva culpa, cada nueva atricción, no habla tanto de la necesidad de remitirse a la cruz, a Cristo, sino de la voluntad estructural de una institución a la que le va de perilla que las personas sigan sintiéndose culpables. Es como si desde hiciera ya muchos siglos constantemente nos subieran en las faldas y nos golpearan con una madera: malos! Soys muy malos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario