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domingo, 30 de julio de 2017

MATEO 13, 44. UNA PERLA

 MATEO 13, 44 – 46: El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo descubrió, lo volvió a esconder, y lleno de alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró ese campo. También se parece el reino de los cielos a un comerciante que andaba buscando perlas finas. Cuando encontró una de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.


En cuanto a ejemplos del Reino, tenemos lo que tenemos. Analogía tras analogía tratamos de vislumbrar algo de ese Reino de Dios del que se habla como un tesoro, una perla, o un grano de mostaza, por ejemplo. Con todo, y a pesar de la imaginación, sólo logramos tener alguna intuición de cómo será. En la sociedad del siglo I el evangelista nos expone ejemplos dentro del campo agrícola, en la sociedad del siglo XXI todavía estamos trabajando en ello. Quizás, pero, en el salto de los siglos ambas comunidades coinciden en lo elemental, que el Reino de los cielos ya se ha acercado y vive con nosotros.

El Reino debe ser algo muy especial, es posible. No obstante, quizás hemos puesto en ello muchas ilusiones cuando de poder ser, de ser algo, sólo podemos confiar. No es posible dirigirse al Cielo ciegamente, como asegurando su presencia. ¿Qué será?¿Que nos depara esa última estancia?¿Será la última?

Nosotros tenemos la certeza de que una vida con Dios, en Cristo, es una vida de plenitud. Que el Reino de Dios se vive en el amor, en la libertad. Que la acción del Dios inmanente es para nosotros, por la fe, un motor capaz de impulsarnos en el día a día con el agradable esbozo de una sonrisa de felicidad. Aunque no podemos llegar a ello sin que toda esa confianza no pase por el filtro de la razón, del entendimiento, de la reflexión. Es decir, que ni puedo subordinarme al acto de creer como verdad absoluta; ni puedo dejarme inducir, convencer, o subyugar por la Doctrina ni por la Tradición. La bandera de la fe es infundable, no hay otro lugar donde clavarla que en cada persona, según su vivencia.

Si es una perla, si es un tesoro… cada uno sabe, pues el valor que le damos al Reino, aquello que vale Dios reside tanto en su gratuidad y en su donación como en la adopción y aceptación, o no, por nuestra parte.

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