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miércoles, 19 de julio de 2017

MATEO 11, 20. UN JUICIO SEVERO

 Mateo 11, 20 – 24: Entonces se puso a maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti.»


La dinámica mateana del evangelio nos recuerda hoy aquellos oráculos de condenación de los profetas a que nos acostumbró el Antiguo Testamento. Jesús, el Moisés definitivo en el evangelio de Mateo, también es profeta e Hijo. Un profeta capaz para determinar el juicio de Dios sobre los pueblos que, en este caso, huyen de los signos y de la justicia anunciada del Reino de los cielos. Pero, tras las palabras del evangelista, hoy podríamos intuir un paralelismo hacia la historia de la comunidad cristiana que, en su estrato institucional, es también la Iglesia.

Sinceramente creo que está en lo propio del ser humano mostrarse, muchas veces, desobediente. Es como aquella niña, o aquel niño, que no escucha a sus padres, que no hace caso de lo que le dicen, que no atiende al consejo. Y una y otra vez le repiten y le repiten casi hasta la saciedad, tratando de que cambie su conducta, sus amistades, o su día a día. Y creo que todos hemos pasado por esta experiencia sea desde un lado u otro, siendo hijas, hijos, o madres, padres. ¿Alguien no?

Lo mismo ocurre con la Iglesia que, lejos de ejercer su papel esponsal con Cristo, parece sumida en un carácter aniñado que la ha llevado a reconocerse en el papel del Inquisidor, a veces, del conservadurismo, otras tantas, o de la negativa (anatema sit). Y por más evidente que fuera, por más veces que la sociedad haya mostrado el camino, o por otras tantas que la tecnología, la ciencia, el progreso… hayan abierto camino, esa gran institución eclesial se ha mostrado sorda, intransigente o falta de diálogo.

Para el primer ejemplo muchas veces uno necesita estrellarse ante las situaciones de la vida y, después, rectificar. Para el segundo ejemplo creo que la historia ya la ha llevado a juicio. Y ha sido un juicio riguroso y severo que hoy vemos ante la falta de fieles en los lugares de culto y la progresiva determinación de mujeres y hombres a desvincularse de sus obispos y de su doctrina más anquilosada.

Con todo, dada la sentencia, siempre hay como en el caso de los niños, o los mayores que se estrellan ocasión para rectificar. No pidiendo los mismos perdones. Cambiando. Transformándose, siendo ejemplo de conversión.

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